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Las 18 horas (antes) que hicieron del Gran Santo Domingo un caos

Inundaciones, tráfico colapsado y frustración en la capital dominicana

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Las 18 horas (antes) que hicieron del Gran Santo Domingo un caos
Vehículos atraviesan una vía inundada en Santo Domingo la mañana del viernes 26 de septiembre. (DARE COLLADO / DIARIO LIBRE)

Al mediodía del jueves 25 de septiembre, el Instituto Dominicano de Meteorología (Indomet) advirtió con precisión: en el Gran Santo Domingo podían caer hasta 100 milímetros de agua en 24 horas, con la posibilidad de que alguna estación registrara hasta 200.

El Centro de Operaciones de Emergencias (COE) respondió colocando al Distrito Nacional y a la provincia Santo Domingo en alerta amarilla. El aviso estaba dado. Sin embargo, las decisiones que debían proteger a la población llegaron 18 horas después.

Para que en términos prácticos la gente comprenda, significa que sería como echar dos botellones de agua en cada pupitre escolar. Para fines prácticos, cualquier ciudad del mundo se estanca y se entapona con 50 a 75 milímetros de agua en 24 horas, en el caso de Santo Domingo iba a caer una cantidad mayor a esa.

A las 12:34 p. m. del jueves, Saddan Font Frías, encargado del centro de pronósticos del Indomet, explicó que "el rango más extremo que pudiéramos presentar aquí en Santo Domingo sería hasta de 100 milímetros de precipitación en 24 horas". Recordó que en el este del país ya se habían registrado acumulados de 180 mm en La Altagracia y 150 en La Romana.

El COE elevó la alerta amarilla para Santo Domingo y otras ocho provincias. El escenario estaba planteado: inundaciones urbanas, drenajes al límite y riesgo de caos en la movilidad.

Con la alerta emitida, quedaba de la mano de los tomadores de decisiones, realizar las acciones que evitaran una crisis.

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Fuertes lluvias generaron inundaciones. (DARE COLLADO/DIARIO LIBRE)

El viernes de la crisis

La mañana del viernes 26, la lluvia comenzó a caer temprano, aun así no se emitió ninguna información.

A las 8:23 a. m., el Ministerio de Educación ordenó suspender la docencia en los centros vulnerables. Fue la primera acción oficial.

El resto de la administración pública siguió su curso habitual bajo la lluvia. Oficinistas, maestros, policías, enfermeras, empleados de ventanillas y choferes de guaguas continuaron desplazándose hacia sus centros de trabajo mientras el agua se acumulaba en calles y avenidas.

Minutos después de las 9:30 a.m. se comenzó a informar en medios de comunicación de una toma de decisión por parte del Ministerio de Administración Pública. Pero fue a las 10:00 a. m. cuando, el Ministerio de Administración Pública decidió que la jornada concluiría al mediodía. Para entonces, muchos apenas habían llegado a sus oficinas tras atravesar calles anegadas y embotellamientos interminables.

El anuncio fue recibido con rabia: después de tres horas de travesía bajo la lluvia, ahora tenían que devolverse.

Cincuenta minutos más tarde, el Ministerio de Trabajo se sumó al desfile de decisiones tardías con un comunicado en redes sociales: se llamaba a "flexibilizar jornadas" y a "posponer actividades no esenciales". Un mensaje aéreo, sin mecanismos claros de aplicación en el sector privado, dejando en manos de los empleadores, directores de departamentos y equipos de recursos humanos una decisión difícil y cuestionable ante los ojos de los empleados.

Padres bajo el agua

La orden de suspender docencia en centros vulnerables provocó otra escena crítica. Padres corrieron a buscar a sus hijos en medio de avenidas colapsadas, con el agua sobre los tobillos y el tránsito detenido.

Guaguas escolares quedaron varadas en charcos, niños esperaban en entradas de colegios rodeados de corrientes y madres se abrían paso con mochilas en la cabeza para proteger los cuadernos.

Cada litro anunciado en los pronósticos se convirtió en un obstáculo: charcos que cubrían neumáticos, drenajes desbordados, y familias partidas en dos, tratando de reencontrarse en medio del caos.

La ciudad atrapada

Con la salida masiva al mediodía, la capital se convirtió en un estacionamiento.

  • La Kennedy y la 27 de Febrero eran hileras inmóviles de vehículos.
  • En la Duarte, los carros flotaban entre aguas negras.
  • En Los Ríos y Villa Duarte, vecinos improvisaban balsas con neveritas plásticas.
  • En el puente Juan Bosch, el tránsito era una línea de luces encendidas bajo el aguacero.

El tiempo perdido

Las autoridades contaban con la información 18 horas antes de la crisis. Hubo boletines oficiales, mapas de alertas. Sin embargo, las decisiones clave se pospusieron hasta el viernes por la mañana.

La lluvia era inevitable. El colapso no.

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Periodista dominicano. Ha trabajado en los periódicos Diario Libre, El Caribe y Listín Diario donde ha ejercido cubriendo las fuentes de deportes y ciudad. Ha trabajado en radio, televisión y proyectos digitales.