Negocio en torno a la muerte: una vida dedicada a las tumbas
Secundino Corniel lleva 45 de sus 84 años limpiando tumbas
Secundino Corniel se protege del sol de un mediodía de marzo a la sombra del panteón donde ha pasado gran parte de su vida. Tiene 84 años de edad y los últimos 30 los ha dedicado a cuidar ese mausoleo. En total, suman 45 los años que ha consagrado a la limpieza de tumbas en el cementerio Cristo Redentor, en el Distrito Nacional, a cambio de una paga que puede ser de 2,000 o solo 500 pesos al mes.
Al oficio de limpiador se dedicó cuando el cementerio todavía era un terreno baldío, muy distante de los grandes mausoleos y pasillos con adoquines que exhibe hoy, y luego de una corta y trunca carrera de músico que le permitió ser parte de la orquesta de uno de los más populares merengueros dominicanos, el legendario Johnny Ventura.
Mientras descansa su envejecido cuerpo de delgada contextura sobre los restos de una silla plástica sin respaldo, el hombre de piel tostada intenta encontrar entre sus recuerdos la fecha exacta en la que llegó al cementerio. Sería en el año 1978 o en el 1980, no logra precisar. "El cementerio lo que tenía eran como seis años que lo habían abierto".
El Cristo Redentor se abrió al público en 1973, siendo a la fecha el más grande de los cementerios en la capital dominicana. Aquí reposan los restos de algunos de los principales líderes políticos nacionales, como el expresidente Joaquín Balaguer o José Francisco Peña Gómez. A la fecha, con casi la totalidad de sus cuatro kilómetros de extensión ocupados, recibe un promedio de 15 muertos al día, según su administración.
Músico de Johnny
Secundino era trompetista. Durante año y medio tocó en la orquesta de Jhonny y luego salió hacia Estados Unidos. Allá duró poco más de un año, pues un inconveniente que no precisa lo hizo regresar. Ya no tocaba, pues su dentadura, dañada, no le permitía hacer la presión que requería el puente que usa para hacer sonar al instrumento.
De entre el mar de tumbas que ahora se erigen en el Cristo Redentor, Secundino cuida de unas 20. Las barre y trapea en la parte interior y corta y recoge la maleza de su exterior.
Los clientes le pagan mensual, a veces, cada seis meses o cada vez que lo encuentran.
Pese a lo inconstante del pago, logra reunir entre 5,000 y 6,000 pesos cada mes que le ayudan a sostenerse.
No tiene hijos ni esposa, pero sí una familia que lo adoptó, cuando llegó al país en la década del 70.
Aunque acude a diario al cementerio y se queda allí hasta pasado el mediodía, no siempre limpia. Como ocurrió ese martes de marzo en que habla con Diario Libre, solo se queda ahí sentado, mirando a los vivos en sus afanes con los muertos.
Secundino ha sido testigo del crecimiento que ha tenido el cementerio, ha escuchado los rumores de atracos y profanación de tumbas y, con los años también le ha tocado ver partir a muchos que compraron una parcela y construyeron con la idea de pasar ahí la eternidad, pero que luego mudaron sus planes porque encontraron mejores condiciones en otros lugares.El hombre, como la tumba que cuida, se mantiene firme en el lugar a donde tiene apartado un pequeño terreno para su sepultura, cuando le llegue el momento.
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