La encrucijada frente a Haití
Haití al borde del abismo y el mundo mirando hacia otro lado
Mientras el Consejo de Seguridad de la ONU se pierde en discusiones estériles y las potencias con derecho a veto —Estados Unidos, China y Rusia— se enredan en sus propias agendas, Haití colapsa. Las bandas armadas dejaron de desafiar al Estado: lo han desplazado. El camino hacia una narco-república está abierto sin obstáculos a la vista. El gobierno pierde el control de Puerto Príncipe día tras día, y las instituciones devienen cascarones vacíos. Lo que ocurre es un derrumbe político, social y humano sin precedentes en el hemisferio. Sin embargo, a nadie parece importar salvo a nosotros, el único país con una frontera terrestre con la primera república negra del continente.
La misión internacional de apoyo a la seguridad, largamente anunciada y torpemente organizada, se diluye en promesas incumplidas. Kenia, que asumió el liderazgo, carece de capacidad real y respaldo efectivo. Estados Unidos, impulsor inicial, se desentiende de una tragedia que también lo alcanza. Caricom, del cual Haití es miembro, ha sido una presencia penosa: sin liderazgo, sin fuerza, sin propuesta. Y mientras tanto, millones de haitianos sobreviven atrapados en el caos.
La República Dominicana, con recursos limitados y bajo una presión creciente, está sola frente a la tormenta. No se trata solo de blindar la frontera o regular la migración, sino de resistir, en solitario, el impacto de un Estado colapsado.
¿Puede un país mediano cargar con las ruinas de su vecino sin quebrarse? No. La República Dominicana necesita una reacción internacional urgente y concreta. No más discursos, no más simbolismos. Haití está a punto de caer. Si no se actúa de inmediato, lo próximo en caer será la estabilidad del Caribe. Y eso, sencillamente, no podemos permitirlo.