Los ecos del 24 de Abril
De tanques a trampas legales, la nueva amenaza constitucional
Más que un recuerdo o una fecha de duelo, el 24 de abril de 1965 debe entenderse como un hito cuya importancia trasciende el hecho puntual del alzamiento armado. Aquel intento por restaurar el orden constitucional truncado en 1963 debe atarse a sus consecuencias posteriores, las cuales marcaron el rumbo —tortuoso pero ascendente— de la vida democrática en la República Dominicana.
El país que emerge tras esa fecha ha dado saltos de magnitud en lo económico, político y social. Hoy, hablar de un golpe de Estado como los que marcaron la década de los 60 parecería un despropósito. El militarismo como fuerza decisoria en los destinos nacionales ha quedado relegado, y la persecución política dejó de ser una conducta sistemática del poder. Los demonios que motivaron la insurrección de abril parecen haber sido, al menos parcialmente, exorcizados.
Empero, persisten sombras. La Constitución, núcleo del reclamo en 1965, ha evolucionado formalmente: más derechos, más instituciones, más controles. Pero su aplicación sigue cautiva de una cultura política que con frecuencia la ignora o la somete a conveniencias coyunturales. La ruptura del 63 fue jurídica; la de hoy, cultural. La falta de institucionalidad no se expresa con tanques en la calle, sino con prácticas que burlan el espíritu constitucional.
Desde esa perspectiva, el 24 de abril interpela al presente: ¿cuánto de aquella lucha por el orden constitucional ha mutado en praxis democrática sólida? ¿Cuánto de la justicia social reclamada entonces sigue pendiente? Las respuestas no figuran en el catálogo de retórica conmemorativa, sino en la capacidad de convertir la memoria en compromiso y la historia, en acción coherente. La democracia no se hereda: se construye —y se defiende— todos los días.