Aquí no prende el odio
La historia dominicana dista de un relato de pureza: es mezcla
Hay quienes andan empeñados en fabricar enemigos. Les urgen figuras a quienes culpar, cuerpos que señalar, acentos que satanizar. Pretenden convencernos de que el odio es una forma de defensa. No lo es. Y menos aquí.
La historia dominicana dista de un relato de pureza: es mezcla. Nacimos de la fusión —traumática, sí, pero real— de culturas, sangres, lenguas y dioses. Nuestra identidad suma fragmentos y nunca fue un monolito. La bachata nació en los márgenes, el mangú es de herencia africana, el merengue viene con influencias de aquí y de allá. ¿Qué hay más nuestro que lo híbrido?
Difícil que prenda aquí el odio, al menos no de forma natural. La cortesía dominicana no es impostura: bendecimos sin saber a quién, saludamos aunque no conozcamos, invitamos a comer aunque falte. Aquí, el "compai" aparece antes que el prejuicio. Hay en nuestra manera de vivir una inclinación espontánea a compartir, no a excluir. Más que protocolo, la amabilidad es tejido social.
Los intentos por imponer un discurso de odio —envuelto en ropajes de patriotismo, legalismo o moral religiosa— son profundamente ajenos a nuestra cultura popular. Son un invento de capillas que necesitan distraer culpas o ganar likes, no una necesidad del pueblo. El dominicano promedio no odia: sobrevive, sueña, trabaja. Y sabe —porque lo ha vivido o lo ha visto— que cualquiera puede caer, migrar, necesitar. La frontera le es familiar como línea, no como muralla.
Incluso nuestras desigualdades han sido terreno de aspiración, jamás de rencor. "El que no tiene, lucha"; no culpa, ni señala. La definición de dominicano excluye el resentimiento y sí admite la voluntad de salir adelante, de progresar sin aplastar.
El odio se introduce desde fuera, por boca de quien transforma el barrio en barro y olvida el calor de una cocina sin estufa. Se disfraza de autoridad, pero sin capacidad de convencer. Se reproduce en cámaras y redes, pero se disuelve en el teteo.
Cuidado si confundimos ruido con verdad. La República Dominicana tiene muchos problemas —serios, estructurales— pero no tiene odio de fábrica. Y si lo dejamos crecer, no será porque nació de nosotros, sino porque lo dejamos entrar. b