Al cumplir 24 años

En tiempos de desinformación industrializada, recuperar el sentido original del periodismo es un imperativo democrático. No hay institución más determinante para la salud pública de una sociedad que aquella que se empeña, con obstinación y método, en contar los hechos tal como ocurrieron, no como convendría que fueran.

El periodismo ha cometido errores, pero su desaparición como poder contrapeso nos dejaría a merced de los algoritmos y de la demagogia. Sin redacciones con independencia, sin editores con criterio, lo que queda es un paisaje de opiniones sueltas y titulares fabricados para provocar clics, no para informar.

El periodismo no es un negocio cualquiera. Asemeja más una función cívica que lucha por decisiones públicas responsables y garantiza que el ciudadano no camine a ciegas, que el poder tenga rostro y preguntas que responder. Asegurar su sostenibilidad exige voluntad política, incentivos inteligentes y una ciudadanía dispuesta a distinguir entre el ruido y la señal.

Más que salvar empleos o medios, rescatar el periodismo es rearmar el tejido mismo de la vida pública. En un mundo saturado de versiones, el periodismo debe seguir apostando por los hechos. Si ese oficio desaparece, no será por falta de razones, sino de coraje.

El resto del ecosistema —gobiernos, empresas, plataformas— se limita a contemplar el incendio desde la barrera, como si la verdad fuera prescindible o la opinión pública pudiera construirse sin cimientos.  Una sociedad que no invierte en su sistema de información es como un piloto que desconecta los instrumentos de vuelo porque confía en su instinto. Tarde o temprano se estrella. El periodismo no garantiza la perfección, pero sin él, solo queda la niebla de la propaganda y el vértigo de los rumores. Defenderlo es defensa propia.

Aníbal de Castro

Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.