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El negro detrás de la oreja

León XIV, un papa mestizo para una Iglesia universal

La elección de León XIV como sumo pontífice ha traído consigo algo más que un cambio de nombre en la cúpula vaticana. Ha sacado a flote una historia que muchos preferirían ignorar: la de los orígenes múltiples, complejos y, en este caso, mestizos, del nuevo líder de la Iglesia Católica.

Que el papa tenga sangre dominicana y criolla afrodescendiente, y que uno de sus abuelos haya sido clasificado como "negro" en los Estados Unidos del siglo XIX, no debería causar mayor asombro.

Pero lo causa: desafortunadamente, seguimos arrastrando una incomodidad cultural —una resistencia visceral— a aceptar que lo dominicano, lo católico y lo universal pueden ser, simultáneamente, negros, mestizos, criollos y orgullosamente diversos.

El caso de León XIV confirma que los orígenes no estorban al destino, a menos que decidamos negarlos o avergonzarnos de ellos.

La República Dominicana es mulata por estadística, por historia y por vocación. Somos una nación urdida con hilos africanos, europeos y taínos, y el intento de uniformar nuestra identidad bajo una sola raza, credo o lengua es una mutilación simbólica que empobrece a todos.

Estigmatizar el color, el apellido, el acento o la fe del otro es una forma sutil —y peligrosa— de odio. Y el odio, incluso cuando se disfraza de defensa de la patria o del orden, es siempre contrario a la fe que decimos profesar.

El papa León XIV, nieto de un tabaquero dominicano y heredero de una familia negra, católica en Nueva Orleans y quizás haitiana, encarna esa mezcla que irrita a los puristas y da esperanza a los que creen en el mestizaje como riqueza.

Que su historia sirva para recordarnos quiénes somos. Sin vergüenza ni temor.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.