El espacio tuyo y mío
Recuperar el espacio público es una urgencia democrática y de convivencia
Respetar el espacio público debería ser tarea natural en una sociedad civilizada y regida por leyes. Empero, en nuestro país se ha convertido en empresa casi imposible.
Hemos normalizado la apropiación individual de lo colectivo, amparados en la permisividad, la indiferencia y, a menudo, la complicidad de las autoridades.
Las aceras son ocupadas por comercios, tarantines, vehículos, mesas, toldos o basura, como si el derecho a circular —a pie, con seguridad y dignidad— fuese un privilegio reservado solo a algunos sectores. Para apropiarse de la calle frente a las propiedades, se han inventado barreras de cemento. Nos repetimos hasta el cansancio que los derechos de cada quien terminan donde comienzan los del otro.
Pero lo decimos más como consigna vacía que como principio de convivencia. La verdad incómoda es que vivimos en una sociedad crecientemente incivil, donde el respeto mutuo se ha visto reemplazado por el "sálvese quien pueda" y el "yo primero".
Toda iniciativa orientada a devolver el espacio público a sus legítimos dueños, los ciudadanos, debe saludarse. El esfuerzo del ayuntamiento por rescatar aceras y calles es una cuestión de orden urbano, un acto profundamente democrático. ¿Hay democracia sin igualdad en el acceso a lo común?
Con el espacio público, se recupera la noción de comunidad. Se aprende que la ciudad es un proyecto compartido y que en ella cabemos todos si cada quien ocupa lo que le corresponde y respeta lo que no le pertenece. Aprendamos a vivir con el otro, no a pesar del otro. En ese aprendizaje está el germen de una ciudadanía más consciente, más justa y más humana. Sin civismo, toda ley se vuelve letra muerta. Sin respeto, la ciudad es inhabitable.