Con los pies en la pista
Del cielo a la tierra, el balance que exigen los grandes proyectos de Abinader
Al presidente Abinader se le nota entusiasmado cuando habla de las tierras raras y del cielo. No el de las bienaventuranzas, sino del otro: el del espacio aéreo, las hélices y los drones con rumbo fijo. Cada vez que menciona esos metales ignotos y la naciente industria aeronáutica dominicana, sus palabras parecen elevarse unos centímetros. Le doy la razón. No todos los días un país pequeño se atreve a soñar en grande... y por encima del nivel del mar.
Habla con brillo en los ojos de ensamblar drones en territorio nacional, menciona taxis aéreos con la naturalidad de quien espera uno para ir a almorzar, y detalla planes para convertir la base militar de San Isidro en pista civil de emergencia, medida previsora en un país que vive del turismo. Todo suena posible, todo suena cerca; esas tierras, familiares. Hasta los radares parecen tener un aire amable, como faros que orientan y anuncian que aquí, también, se piensa hacia arriba.
El entusiasmo es genuino, y también contagioso. Volar, sí, pero con propósito. Que el dron no sea juguete, sino herramienta de seguridad fronteriza y eficiencia en tareas agrícolas. Por ejemplo.
Empero, cuando el optimismo presidencial toma vuelo, mi instinto urge contención. Conviene recordar al rey Alfonso X, el Sabio, que por mirar tanto al firmamento descuidó su reino. Volar alto está bien. Pero también lo está asfaltar bien. Lo ideal, claro, es lograr ambas cosas: despegar con gracia y aterrizar con precisión.
Si este impulso se sostiene —sin que el cometido aéreo eclipse las urgencias de tierra— la República Dominicana puede convertir su cielo en promesa concreta. Y sus nubes, por fin, en rutas con destino. ¿Cuándo he dicho que Abinader no es buen piloto?