Amistad sin complicidad
Por qué el clientelismo alimenta la corrupción
El presidente Luis Abinader ha marcado una frontera clara al afirmar que la amistad no equivale a complicidad. El gesto merece reconocimiento porque en política suele confundirse la cercanía con la impunidad. El mensaje tiene fuerza, aunque también encierra un riesgo porque señalar la línea no basta si no se transforman las prácticas que permiten que el poder se convierta en botín.
La corrupción no brota únicamente de los favores entre amigos. Se alimenta de la maquinaria clientelar que convierte al Estado en un mercado de recompensas. Allí donde la militancia se traduce en cargos, donde la lealtad partidaria abre más puertas que el mérito, germina el verdadero cáncer. El clientelismo es la correa de transmisión que sostiene la cultura de la impunidad y la reproduce sin cesar.
Amistad y militancia se parecen en el riesgo porque ambas pueden ser fuente de confianza, pero también de privilegios indebidos. Dejar que la amistad se convierta en patente de corso equivale a confundir el afecto con licencia para robar. Permitir que la militancia dicte nombramientos significa aceptar que el Estado funciona como nómina paralela del partido. En ambos casos, la factura la paga la ciudadanía que asiste al espectáculo de las promesas truncas.
Abinader acierta al trazar distancia entre la amistad y la complicidad. Falta cortar el cordón umbilical del clientelismo porque allí se incuban las fechorías, las lealtades perversas y las conductas non sanctas que luego florecen en escándalos. Gobernar con decencia requiere más que declaraciones y exige romper con el círculo vicioso de la repartición del poder como premio a la militancia.
Amistad no es complicidad. Militancia tampoco es pasaporte al saqueo. La ruptura será real cuando esa frase se convierta en norma de gobierno y deje de ser simple enunciado de ocasión.