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¿El país sin consecuencias?

El apagón del AILA: un espejo de la vulnerabilidad del país en su puerta de entrada

La falla eléctrica en el Aeropuerto Internacional de Las Américas no fue un accidente menor. Más bien una revelación incómoda que nos recuerda lo frágil que puede ser el país cuando descuida sus puertas de entrada. Un aeropuerto no se mide por la amplitud de sus parqueos ni por la cantidad de tiendas libres de impuestos. Se impone la confianza que inspira en viajeros, inversionistas y ciudadanos que lo utilizan cada día. Fue ese el punto de quiebre con la falla pronunciada de la energía.

No basta la promesa de una investigación. En la República Dominicana, la palabra investigación suele ser sinónimo de tiempo perdido, de expedientes que se archivan y de explicaciones que jamás llegan. Lo del AILA no puede correr esa misma suerte. Se puso en riesgo la comodidad de cientos de pasajeros, sí, pero también la seguridad nacional y la imagen de un país que presume de turismo y de estabilidad.

Ese aeropuerto no pertenece a una empresa con nombre extranjero ni a contratos de historia abominable. Es, en última instancia, de todos los dominicanos. El concesionario administra, pero no posee el bien colectivo. Esa diferencia cuenta para exigir responsabilidades y compensaciones claras. 

Si permitimos que la puerta por la que entra el grueso de inversores y sale gran parte de la diáspora sea vulnerable a un corte de energía mal resuelto, abonaríamos razones para la calificación de país de las inconsecuencias. El AILA, más que un edificio y pistas, es símbolo, vitrina y garantía. Con él falla el país entero. El apagón interno debería servir como advertencia solemne. Lo que se juega allí no es luz o tinieblas. Se juega la seriedad de un Estado que todavía tiene la obligación de parecer confiable.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.