La libertad del presidente Abinader
La renuncia se convierte en audacia política
La decisión de Luis Abinader de renunciar al espejismo del tercer período se inscribe ya en la memoria institucional de la República como un gesto de grandeza política. En una tradición marcada por la astucia para perpetuarse, su negativa a tentar la eternidad del poder rompió un ciclo de ilusiones que tantas veces degradó la democracia dominicana. Hubo quienes le reprocharon una supuesta pérdida de autoridad. Falso juicio. Al cerrarse la puerta de la reelección, el presidente abrió otra mayor: la del ejercicio del poder sin las cadenas de la ambición personal.
Ese acto lo liberó de la siembra calculada de lealtades, del reparto de favores y de la distorsión que impone el afán de sustituirse a sí mismo. Le concedió un capital político distinto. Puede gobernar sin hipotecar el presente a la campaña futura. Gobernar, en suma, con la rara libertad que confiere la renuncia.
Lo que podía haber sido un sacrificio se transformó en oportunidad. Abinader tiene en sus manos la ocasión de impulsar reformas que no admiten dilación, de asumir decisiones incómodas o impopulares, de colocar los cimientos de un futuro menos atado a coyunturas. Esa es la audacia que exige el tiempo.
El reproche posible es que todavía no ha explotado a plenitud ese margen histórico. Las ventanas se cierran y la historia no concede prórrogas. Lo que haga o deje de hacer en los años que le restan será la medida de su legado.
La posteridad no recordará las vacilaciones de sus críticos, sino el alcance de sus decisiones. En la grandeza o en la tibieza se fijará la huella. Y en ese veredicto sin apelación se dirimirá si su renuncia a la reelección fue simple gesto o sentencia de estadista.