Los periodistas y los prejuicios
Cuando las etiquetas nublan la mirada.
La tendencia a ver a los demás a través del filtro de nuestros prejuicios es uno de los males silenciosos de la comunicación moderna. En los medios —tradicionales o digitales— ese impulso se amplifica porque las audiencias demandan juicios rápidos, y los juicios rápidos simplifican la realidad. Así se construyen los clichés que hoy pesan sobre generaciones enteras, grupos sociales o ideológicos: los "debiles", los "radicales", los "insensibles". Y nosotros, periodistas, los "vendidos". Cada etiqueta es una forma de no mirar.
El periodista que interpreta antes de observar, o que infiere intenciones donde solo hay matices, contribuye a un empobrecimiento del espacio público. Los prejuicios no solo deforman la noticia, sino que condicionan el modo en que el lector aprende a mirar el mundo. Cuando los medios atribuyen motivos sin evidencia —"lo hizo por fama", "busca atención", "tiene intereses ocultos"— sustituyen la duda por el dogma y la comprensión por el veredicto.
Ese hábito de reducir la complejidad humana a fórmulas convenientes erosiona la confianza. No hay diálogo posible cuando el otro es solo un personaje de nuestras conjeturas. La responsabilidad periodística comienza por reconocer que toda historia merece contexto y toda voz, escucha.
Romper el ciclo del prejuicio implica reeducar la mirada. Ver antes de juzgar, escuchar antes de traducir. La objetividad no es frialdad, sino respeto. Los medios deberían ser espacios donde la diversidad se ilumina, no donde se caricaturiza. Porque cada vez que una redacción o un comentarista repite un estereotipo, empobrece la conversación pública y agranda la distancia entre las personas.
La comprensión exige humildad. Aceptar que no sabemos tanto como creemos. Solo entonces las palabras recuperan su sentido, y la comunicación —libre de prejuicios— vuelve a ser un puente, no una muralla.