Kafka en Santo Domingo
La sentencia que precede al juicio: un reflejo del poder jerárquico
En El proceso, Kafka nunca explica de qué se acusa a Josef K. El proceso comienza con la certeza de su culpa y concluye, sin apelación, con la ejecución. No hay expediente ni defensa posible. La maquinaria se mueve sola, sostenida por rituales vacíos, voces anónimas y una sensación de inevitabilidad.
Algo de esa atmósfera reaparece en la llamada "evaluación" a tres jueces de la Suprema Corte de Justicia. El desconcierto es el mismo. No se evaluó la competencia ni la ética, sino, parece, la conveniencia. Desde el inicio, la sombra de la decisión ya estaba echada y el proceso solo vino a justificarla.
Kafka habría sonreído con ironía. La sentencia precede al juicio. La burocracia no busca la verdad, sino la confirmación de su propia autoridad. Y cuando la justicia adopta ese lenguaje, renuncia a su sentido más alto y más frágil, que es la confianza pública.
Evaluar a un juez no equivale a ejercer poder, sino a asumir responsabilidad. No debería servir para uniformar criterios, sino para fortalecer la independencia. Pero en este episodio kafkiano, la línea entre la supervisión y el escarmiento se desdibujó. La evaluación terminó pareciendo un gesto disciplinario más que institucional.
En El proceso, el protagonista muere sin entender el motivo. Aquí, en cambio, todos entienden demasiado. La transparencia no se mide por la exposición pública, más bien por la solidez del procedimiento y el respeto a la duda.
Cuando la justicia se pliega a sus jerarquías, se convierte en su parodia más triste, una catedral sin luz donde los jueces se juzgan entre sombras y el veredicto está escrito de antemano.
Dictada así, la sentencia termina condenando también a los juzgadores.