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Polvo somos y, ¿no lo sabemos?

La antigua tradición de la intriga eclesiástica

El Nuevo Testamento, génesis del cristianismo y origen remoto del Tu es Petrus que sostiene la arquitectura espiritual del catolicismo, no esconde la condición humana de sus protagonistas. Desde las discusiones por "quién es el mayor" hasta las discrepancias entre Pedro y Pablo, los primeros capítulos de la fe revelan que los roces, los celos y las intrigas no son un fenómeno tardío, sino parte fundacional de la Iglesia naciente. Los cismas posteriores —unos teológicos, otros temperados por fricciones personales— pueden leerse también como episodios donde las ideas chocan, pero los temperamentos empujan.

Con ese trasfondo, no sorprende que la jerarquía católica dominicana exhiba sus propias tensiones. La carta del Primado de América y arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, y el vendaval que, desde Roma, precipitó su administración, pueden parecer extraordinarios por su tono y su momento; en realidad, son un recordatorio de que la Iglesia nunca ha sido un monasterio de almas impasibles. La doctrina predica la humildad, pero la institución está poblada por seres humanos sujetos a la más antigua pedagogía moral: los siete pecados capitales.

Lo que hoy se interpreta como una silenciosa disputa por poder, influencia y legado, pertenece a una tradición tan antigua como la comunidad cristiana misma. La Iglesia ha sobrevivido a crisis mucho más profundas precisamente porque sabe que la fragilidad humana no anula la misión, pero sí exige prudencia, transparencia y una honestidad que a veces sus propios jerarcas evaden.

No hay que dramatizar. Ni canonizar a unos ni crucificar a otros. Solo admitir lo obvio: la condición humana no se disuelve en la púrpura episcopal. El episodio sirve, más que para escandalizar, para recordar un refrán que quizá no supera al cristianismo en antigüedad, pero sí en sabiduría práctica: dondequiera se cuecen habas.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.