Los árboles que se van, el aire que se nos va
Árboles vs. progreso, la falsa dicotomía que está matando a Santo Domingo
Hizo muy bien el presidente Abinader en expresar con claridad y contundencia que el Jardín Botánico no sería tocado para beneficiar la construcción de la avenida Colombia. Lo expresado por el presidente debería ser la norma cuando se trate de temas de construcción en zonas urbanas, donde los constructores, ante la menor dificultad espacial, la resuelven con la eliminación de árboles.
En Santo Domingo, cada árbol talado es una herida abierta al medio ambiente urbano. Con creciente frecuencia, se eliminan árboles por razones que, aunque puedan parecer prácticas en el corto plazo, resultan costosas y destructivas en el largo: despejar el área frente al Palacio de los Deportes, evitar que las ramas rocen cables telefónicos, abrir espacio para nuevas avenidas. En la ciudad más poblada del país, lo verde parece estar en constante retroceso ante el avance del concreto.
Esta tendencia revela una visión limitada sobre el verdadero valor de los árboles en una ciudad como Santo Domingo, donde el aire se vuelve más denso cada día, el calor más insoportable y las lluvias más destructivas. El árbol urbano no es un lujo decorativo: es una infraestructura vital. Cada tronco firme y cada copa frondosa cumplen funciones que no pueden ser sustituidas ni por el asfalto ni por el acero.
Los árboles limpian el aire que respiramos, absorben el dióxido de carbono y mitigan los efectos del cambio climático. Sus raíces sostienen los suelos y previenen la erosión. Sus sombras reducen la temperatura ambiente, algo esencial en una ciudad que ya sufre las consecuencias del calentamiento global. También son barreras naturales contra el ruido urbano y refugio para aves y pequeños animales que enriquecen la biodiversidad.
Sin embargo, en Santo Domingo el desarrollo urbano muchas veces ignora esa utilidad. Se construyen pasos a desnivel, avenidas nuevas, parques sin árboles, o se remodelan zonas deportivas eliminando el verdor que las rodea. Se ve al árbol como un obstáculo, no como un aliado. El resultado es una ciudad cada vez más árida, más calurosa y menos habitable.
Las consecuencias no son abstractas: aumentan las enfermedades respiratorias, se deteriora la salud mental por falta de contacto con la naturaleza y se intensifica el efecto "isla de calor", que convierte algunos barrios en hornos urbanos. Además, al eliminar árboles sin políticas de reforestación adecuadas, se agravan las inundaciones cada vez que cae una lluvia intensa.
Cuidar el medio ambiente en una ciudad no es solo plantar árboles de vez en cuando para tomarse la foto. Es incorporar la protección ambiental en cada decisión urbana. Antes de cortar un árbol, habría que evaluar si existe una alternativa técnica. ¿No puede enterrarse el cableado? ¿No puede ajustarse el diseño de la vía para salvar los árboles? ¿No puede compensarse la tala con una siembra estratégica y sostenida?
Santo Domingo necesita una nueva conciencia ambiental. Una conciencia que entienda que cuidar los árboles no es una moda ni un obstáculo para el desarrollo, sino una inversión inteligente en salud, calidad de vida y sostenibilidad. Si seguimos eliminando lo verde en nombre del progreso, terminaremos construyendo una ciudad invivible. Y cuando falte el aire, recordaremos que también se llevaron los árboles.
Joaquín Balaguer desde la presidencia y José Francisco Peña Gómez desde la alcaldía de Santo Domingo hicieron esfuerzos para que esta fuera una ciudad arbolada, amigable, frondosa, donde sus ciudadanos y sus familias encontraran espacios para compartir momentos de grata reunión familiar o encuentros entre amigos de igual procedencia provincial.
Santo Domingo tiene derecho a crecer y a ser tan hermosa como cualquier otra ciudad del mundo con características similares. Nos corresponde defenderla de los abanderados del desastre.