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Del joven de San Juan a Pablo Ulloa: desafíos transversales para el futuro

No se trata de un lamento aislado, sino del eco de una problemática sistémica que refleja la frustración de toda una generación

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Del joven de San Juan a Pablo Ulloa: desafíos transversales para el futuro
Es necesario reformar el sistema educativo para que los jóvenes no solo dependan de empleos formales, sino que desarrollen habilidades emprendedoras, innovación y autonomía. (FUENTE EXTERNA)

Calidad educativa, empleo digno y bien remunerado, y espíritu emprendedor: desafíos transversales para el futuro

En un artículo reciente publicado en este mismo medio, el defensor del pueblo, Pablo Ulloa, puso énfasis en la necesidad de impulsar el empleo digno y bien remunerado para nuestra juventud. Si bien esta meta es indiscutible, su enfoque revela una limitación que merece ser analizada con atención.

La diferencia de nuestra visión, si se pudiera plantear así, radica en que la educación debe empoderar a los jóvenes para que sean actores activos de su destino, capaces de innovar y emprender, y no solo espectadores esperando un empleo. Los desafíos para esto son transversales.

Durante años defendí con pasión la misma visión y aspiración de Pablo Ulloa, pero la experiencia y la reflexión me han conducido a comprender que preparar a los jóvenes únicamente para ser empleados fomenta una mentalidad dependiente.

Es imprescindible, además, que la educación promueva el espíritu emprendedor, la innovación y la autonomía, para que nuestros jóvenes no solo busquen un empleo, sino que también construyan sus propias oportunidades y el futuro que desean.

La pregunta del joven de San Juan de la Maguana, compartida por el defensor del pueblo, resuena profundamente en quienes nos sentimos comprometidos con el futuro de la educación. En mi caso particular, y desde hace más de veinticinco años en la provincia Bahoruco, a través de la Fundación Padrino para la Educación y el Desarrollo, hemos realizado aportes que la comunidad educativa y la sociedad en general han valorado significativamente.

Ese joven preguntó sin rabia, pero con una dolorosa certeza: "¿Y para qué sirve estudiar si nadie consigue trabajo aquí?". No se trata de un lamento aislado, sino del eco de una problemática sistémica que refleja la frustración de toda una generación.

La escuela, en todos sus niveles, se ha convertido en una fábrica de títulos sin destino. Esta desconexión entre la formación y la realidad laboral condena a una parte importante de nuestra juventud a la informalidad o al desaliento.

No obstante, la respuesta a esta realidad requiere un enfoque más amplio. Reformar el sistema educativo para que conecte con las demandas actuales del mercado laboral es necesario, pero no suficiente.

La sociedad futura demanda individuos con capacidad de adaptación y creatividad, que trasciendan la mera dependencia de un empleo formal y puedan innovar en su entorno.

La calidad como base para el desarrollo

Una educación de calidad es el cimiento imprescindible para cualquier aspiración, ya sea el empleo o el emprendimiento. La calidad implica un currículo pertinente y actualizado, docentes altamente capacitados y recursos adecuados. Esto significa ir más allá de la memorización para fomentar el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la creatividad.

Las propuestas del defensor del pueblo, como la creación de Consejos Regionales de Gobernanza Educativa y Productiva y la inclusión del sector privado en la dirección de centros politécnicos, constituyen iniciativas valiosas para romper la llamada "burbuja escolar".

Estas instancias de participación existen, pero falta motivación para una participación activa y un aporte efectivo desde estos espacios, lo que limita su impacto real.

El empleo digno como pilar social

Un empleo digno y bien remunerado es una aspiración legítima y una meta social fundamental. La educación efectiva debe conectar de forma real con las demandas del mercado laboral, asegurando que las habilidades enseñadas sean las que realmente se necesitan. Solo así el esfuerzo de los jóvenes se traduce en oportunidades laborales concretas, que aporten al desarrollo comunitario.

A pesar de los cambios en el mercado, el conocimiento profundo en áreas específicas sigue siendo crucial. Sin embargo, no basta con la formación técnica: también se requieren habilidades blandas, como comunicación efectiva, inteligencia emocional y adaptabilidad, para que los individuos puedan enfrentar con éxito los retos laborales y sociales actuales.

El espíritu emprendedor como motor del futuro

El espíritu emprendedor no es un camino exclusivo para unos pocos; debe ser una mentalidad cultivada en todos los estudiantes. Más que crear empresas, se trata de fomentar la resiliencia, la innovación y la proactividad. Una persona emprendedora identifica oportunidades, asume riesgos calculados y se adapta al cambio constante.

Incorporar esta mentalidad en la educación empodera a los jóvenes para que no solo busquen un puesto de trabajo, sino que también puedan construir su propio camino. Por ello, es fundamental promover la educación financiera y de gestión, el pensamiento basado en proyectos y conectar el aula con el ecosistema de innovación.

Una respuesta integral

El verdadero reto es integrar estas prioridades de manera transversal. Un sistema educativo exitoso prepara a los jóvenes con formación de calidad para acceder a empleos dignos, mientras les inculca un espíritu emprendedor que los habilite para innovar y crear su propio camino. Esta combinación les ofrece flexibilidad para enfrentar un mundo laboral y social cada vez más dinámico y cambiante.

El objetivo final no es solo responder a la pregunta del joven de San Juan, sino transformarla. Cambiar el "¿Para qué sirve estudiar si nadie consigue trabajo?" por un esperanzador "¿En qué me convertiré después de estudiar y qué voy a construir para mi país?". Solo así la educación podrá ser ese puente auténtico que une a un joven con su futuro.

En definitiva, no se trata de menospreciar la importancia de un empleo digno y bien remunerado, sino de ampliar la mirada. La diferencia fundamental entre mi visión y la del defensor del pueblo radica en reconocer que la educación debe empoderar a los jóvenes para que sean actores activos de su destino, capaces de innovar y emprender, y no solo espectadores esperando un empleo.

Solo así lograremos transformar la frustración del presente en la esperanza y la creación de un futuro auténticamente sostenible para nuestra juventud y nuestro país.

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