El director de centro como aliado del cambio educativo
Uno de los principales problemas del sistema educativo dominicano es la cultura de gestión a nivel local, donde la figura del director de centro educativo es central pero no siempre se le otorga la importancia debida

Uno de los grandes problemas del sistema educativo dominicano es la cultura de gestión que predomina en los distintos niveles, sobre todo en el plano local, donde el director desempeña un papel central. El centro educativo es el espacio donde ocurre el proceso de aprendizaje y, por tanto, la figura del director y su equipo de colaboradores adquiere una relevancia decisiva. No siempre se le ha otorgado el rol preeminente que merece.
Un buen director es garantía del correcto funcionamiento de la escuela. Es responsable de la disciplina de docentes y alumnos, de asegurar que el proceso educativo se desarrolle conforme al calendario escolar y de que los contenidos curriculares se impartan en el tiempo previsto, sin retrasos innecesarios.
Por esa razón, su selección debe realizarse mediante un concurso riguroso, en el que prevalezcan las cualidades profesionales y humanas de los aspirantes. Dicho concurso debe ser fundamentalmente académico, libre de sesgos políticos. Una vez designado, el director debe pasar por un proceso de formación que le permita transitar de la visión de docente de aula a la de gestor y líder institucional. La inducción de un año resulta obligatoria para todos los cargos docentes.
Con este propósito, ISFODOSU ha desarrollado dos líneas de actuación: ofrecer programas de maestría en liderazgo pedagógico y diplomados que fortalezcan la visión del director como gestor del éxito escolar, orientado a lograr las metas de aprendizaje de los niños.
El director, además de velar por la misión esencial del sistema educativo —el aprendizaje de los estudiantes—, debe ser un buen administrador de los recursos, planificar con eficiencia, cultivar relaciones positivas con la comunidad, estar abierto al cambio y a las innovaciones de su entorno, y ejercer el liderazgo necesario para orientar a toda la comunidad educativa sobre la relevancia de los procesos formativos.
También debe ser un referente ético y priorizar las buenas relaciones humanas en el centro, mostrando apertura ante las necesidades de la comunidad y colaborando en la búsqueda de soluciones.
Un buen director marca la diferencia entre una escuela cuyos alumnos alcanzan con éxito las metas de aprendizaje y otra en la que los resultados son precarios. Allí donde prevalecen la disciplina, el aprovechamiento del tiempo y la adecuada organización de los procesos, es de esperar que la calidad de la enseñanza en el aula sea más pertinente y efectiva.
El rol del director, además, debe ser más visible y tener mayor presencia en las decisiones de política educativa, especialmente en las reformas vinculadas al currículo, a la evaluación de los aprendizajes y del desempeño docente, así como a la selección de recursos didácticos adecuados al contexto.
Ha de ser un agente proactivo en favor de los cambios e innovaciones que requiere el sistema educativo para responder al avance de la ciencia y la tecnología, cuyo éxito depende en gran medida del nivel de involucramiento y liderazgo del director.
En este sentido, la Asociación Nacional de Directores (ASONADEDI) debe constituirse en aliada natural del proceso de gestión educativa. Las políticas definidas en el nivel central solo tendrán éxito en la medida en que los directores de centros las asuman y se comprometan con su implementación. Gran parte de la resistencia al cambio se explica por el bajo nivel de participación de los equipos de gestión escolar en los asuntos misionales del sistema. Involucrarlos desde el inicio en la definición de las políticas educativas es la mejor manera de garantizar su éxito.