Cuando el poder extranjero fue invitado a salir
El día que un gobernador le plantó cara al poder extranjero

Entró como procónsul victorioso: alto, erguido, traje claro impecable. Le seguían dos asesores, confiado en su historial de casi tres años de éxitos al representar a su Gobierno e influir en la economía del pequeño país. Venía a refrendar ese poder ante las nuevas autoridades.
Una asistente, obsecuente y algo nerviosa, tras una llamada interna anunció:
—Dígale al señor gobernador que ya está aquí.
Y con amplia sonrisa publicitaria agregó:
—Pasen adelante, por favor.
El gobernador, un hombre delgado, entrado en años, de largo trayecto empresarial y público, se levantó de su escritorio y le estrechó la mano. Luego lo invitó, junto a sus acompañantes, a la salita contigua. Apenas un mes antes, un nuevo presidente lo había designado en tan delicada función.
Tras los saludos, el diplomático fue al grano. Ofreció la ayuda de su país, señalando áreas "prioritarias" y proponiendo fórmulas para sanear la economía, bajo condiciones precisas. El gobernador, en silencio hasta entonces, agradeció el interés y recordó que ya existían planes definidos.
—Pero necesitarán fondos —insistió el embajador—. Hemos dispuesto un préstamo con componente de donación, por millones de dólares, siempre que se use en esos proyectos.
—Le agradezco, señor embajador, pero el Gobierno atenderá sus necesidades con recursos propios.
El visitante insistió, rozando la necedad. Llamado un funcionario operativo, este confirmó: había dinero suficiente. El préstamo era innecesario.
—Estoy decepcionado, señor gobernador —se atrevió el diplomático.
—Eso será todo, señor embajador —respondió seco Clé, como se le conocía en su tierra.
El extranjero aún protestó:
—¿Es eso todo lo que tiene que decir?
El gobernador se puso en pie y, señalando la puerta, sentenció:
—No. No es todo: ¡Se me va marchando de aquí ahora mismo!
La alta figura se tiñó de rojo. Salió cabizbaja, los hombros encogidos, reducido en estatura.
Los pueblos, aun en debilidad, guardan hombres y mujeres que saben hacer valer dignidad y soberanía. Aquel gesto obligó al poder imperial a replantear sus cartas. Poco después, el pequeño país recibía un nuevo embajador.