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Los cristianos y la intolerancia que olvidamos

Cuando el espejo del cristianismo refleja su propia historia de intolerancia

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Los cristianos y la intolerancia que olvidamos
La intolerancia nace cuando la religión se convierte en imposición. (FUENTE EXTERNA)

En estos días se ha debatido sobre el crecimiento del islam y sus implicaciones culturales. Sin embargo, rara vez miramos hacia nuestro propio espejo. El cristianismo, que domina el imaginario espiritual de Occidente, también ha sido responsable —en nombre de la fe— de guerras, persecuciones y actos de intolerancia que marcaron siglos de historia.

Durante la Edad Media, las Cruzadas fueron emprendidas para “liberar” Tierra Santa, pero terminaron bañadas en sangre. En nombre de Cristo se destruyeron ciudades, se masacraron pueblos enteros y se saquearon templos. Más tarde, la Inquisición extendió el miedo por Europa: se torturó y quemó a quienes pensaban distinto, ya fueran herejes, científicos o simples disidentes. Y en el siglo XVI, las guerras de religión entre católicos y protestantes dejaron millones de muertos en Francia, Alemania y otros países del continente.

El Antiguo Testamento está lleno de pasajes que expresan una visión bélica de Dios. “Destruirás por completo a todos los pueblos que Jehová tu Dios te entrega; no tendrás piedad de ellos” (Deuteronomio 7:16). “El que sacrificare a dioses, excepto solo a Jehová, será destruido” (Éxodo 22:20). “Maldice Jehová la espada que no se embriaga de sangre” (Jeremías 48:10). Y el *Apocalipsis*, libro que cierra la Biblia, pronostica catástrofes cósmicas, guerras, plagas y la condena eterna de quienes no adoren al “único Dios verdadero”.

Estos versículos, interpretados literalmente, sirvieron durante siglos para justificar la violencia religiosa, la colonización y la intolerancia. América Latina fue evangelizada a golpe de espada y cruz. Los pueblos originarios fueron obligados a renunciar a sus creencias bajo amenaza de muerte o esclavitud. En nombre de la salvación se impuso el miedo, y en nombre de Dios se escribieron algunos de los capítulos más crueles de la historia.

El cristianismo ha evolucionado, sí, pero su pasado pesa. Y aunque hoy predica amor y compasión, no conviene olvidar que también ha sido usada como arma de dominación. El peligro, en cualquier religión, no está en los textos sagrados en sí mismos, sino en la forma en que se interpretan y aplican.

El Corán, a menudo citado solo por sus pasajes severos, también contiene palabras de piedad: “Y apresuraos hacia el perdón de vuestro Señor y un paraíso tan vasto como los cielos y la tierra, preparado para los piadosos, aquellos que contienen su ira y perdonan a los hombres; Dios ama a los que hacen el bien” (Sura 3:133-134). En otra aleya se recuerda: “La recompensa del mal es un mal semejante, pero quien perdona y reconcilia, su recompensa está en manos de Dios” (Sura 42:40).

La intolerancia no es patrimonio exclusivo de ninguna fe. Surge cuando se confunde la verdad espiritual con la imposición cultural. Si hemos de debatir sobre el islam, hagámoslo también sobre el cristianismo y su legado. Solo el reconocimiento honesto del pasado puede evitar que la religión —cualquiera que sea— vuelva a servir de pretexto para destruir en nombre de Dios.

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