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La quimera necesaria: Vigencia de una tesis histórica

Aquella tesis, formulada por Juan Bosch en un contexto de represión interna, adquiere hoy dimensión planetaria. Lo que Bosch pensó para una dictadura nacional, el mundo debería aplicarlo ante la potencia que asume el papel de juez universal

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La quimera necesaria: Vigencia de una tesis histórica
El eco de Bosch: la legalidad como resistencia global. (FUENTE EXTERNA)

Desde América Latina hasta Medio Oriente, la pretensión de que Washington actúe dentro del marco legal que impone al mundo sigue siendo una aspiración tan legítima como difícil de alcanzar. Lo que ayer parecía una consigna cívica frente al autoritarismo local, hoy se proyecta como desafío universal ante una hegemonía que desconoce las normas que proclama.

En plena Guerra Fría, cuando la República Dominicana vivía bajo la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer (1966-1978), el expresidente Juan Bosch planteó la necesidad de construir un amplio consenso de opinión que emplazara al gobierno a respetar el Estado de derecho. "Había, pues, que hacer un esfuerzo para llevar al gobierno a su propia legalidad. es decir, hacerlo que respetara sus propias leyes, su propio Código Penal, su propia Constitución...", sostenía Bosch, señalando las grietas morales del poder.

El ex presidente Bosch buscaba que ese planteamiento se convirtiera en una estrategia de resistencia cívica frente a un régimen que pretendía revestir de legalidad sus excesos. Someter al gobierno a su propia legalidad era desenmascarar la contradicción entre el discurso institucional y la práctica autoritaria. Era exigir que la ley se aplicara por igual, incluso al poder que la dictaba.

Aquella tesis, formulada en un contexto de represión interna, adquiere hoy dimensión planetaria. Lo que Bosch pensó para una dictadura nacional, el mundo debería aplicarlo ante la potencia que asume el papel de juez universal. En el escenario internacional, la quimera de someter al poder a su propia legalidad se ha trasladado a los Estados Unidos.

La retórica de la providencia

Estados Unidos es signatario de la Carta de las Naciones Unidas, que prohíbe el uso de la fuerza salvo en defensa propia o por mandato del Consejo de Seguridad. También votó a favor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y suscribió la Carta Democrática Interamericana, que obliga a respetar la independencia, soberanía y la autodeterminación de los pueblos.

Sin embargo, en su práctica histórica ha actuado como si estuviera por encima de esas normas. Intervenciones militares, bloqueos económicos, sanciones unilaterales y golpes de Estado auspiciados han sido el mecanismo recurrente de una nación que predica la democracia mientras la niega en los hechos. Irak, Panamá, República Dominicana, Granada y Libia conocen esa contradicción.

El trasfondo de esa doble moral se encuentra en una visión histórica que justifica la intervención en nombre de un supuesto destino manifiesto. "Dios depositó nuestros recursos naturales en otros países", resume el escritor Jorge Majfud en La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América Latina, al describir la lógica de apropiación moralizada.

Ya en 1851, el secretario de Estado Daniel Webster afirmaba que "el carbón es un regalo de la Providencia guardado en las entrañas de Japón para el beneficio de la familia humana". Aquella frase sintetizó una concepción que convertía en mandato divino la explotación de recursos ajenos, legitimando la intervención bajo el manto de la moral.

Esa retórica evolucionó, pero su esencia permanece. La "Agenda América Primero" reeditó esa lógica con un lenguaje menos teológico y más económico. La exjefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, fue explícita: "a Washington le urge aprovechar los recursos naturales y tierras raras de América Latina; el sesenta por ciento del litio mundial está en el triángulo Argentina-Bolivia-Chile".

El mensaje es inequívoco: los recursos estratégicos de América Latina se conciben como parte de la seguridad energética de Estados Unidos. Es la versión contemporánea del mandato divino del siglo XIX, ahora expresado en términos de "interés nacional". Cambian las palabras, pero no la convicción de dominio ni la pretensión de superioridad moral.

La paradoja de la hegemonía

La política estadounidense frente al narcotráfico revela también su doble rasero. Con despliegues militares en el Caribe asegura combatir el tráfico de drogas que amenaza su juventud, mientras el país continúa siendo el mayor consumidor del mundo. La guerra contra las drogas es, en realidad, un pretexto que militariza la región y perpetúa su influencia.

Como advierte el analista Andrés Hernández Alende, si la Casa Blanca quisiera reducir el narcotráfico debería comenzar por disminuir la demanda interna. Pero el consumo masivo es consecuencia de desigualdad, frustración y falta de acceso a salud mental. Sin atacar esas causas estructurales, toda ofensiva exterior es una cortina de humo para intervenir y controlar.

El problema de fondo es la paradoja de la hegemonía: Estados Unidos impone un orden internacional basado en reglas, pero se reserva el derecho de interpretarlas a su conveniencia. Aplica las normas a los demás y las elude para sí. Así construye una narrativa de excepcionalidad que erosiona la confianza global y multiplica los conflictos.

Frente a esa realidad, la quimera de Bosch resurge como un eco moral que interpela al sistema internacional. Si en su tiempo la consigna fue someter a Balaguer a su propia legalidad, hoy el desafío es someter al imperio a los compromisos que firmó. La utopía se convierte así en un boomerang que regresa del Caribe al mundo.

La quimera como necesidad histórica

Es cierto que parece una ilusión, porque el poder militar, económico y mediático de Washington impide que se le trate como a cualquier otro Estado. Sin embargo, la historia enseña que ninguna hegemonía es eterna y que los pueblos, cuando actúan con unidad y conciencia, logran revertir las asimetrías que parecían inmutables.

La multipolaridad emergente y el avance de bloques alternativos, como los BRICS, revelan un cambio de correlación que erosiona el monopolio estadounidense. La quimera de exigirle al imperio respeto a la legalidad que proclama podría transformarse en necesidad histórica, como garantía de equilibrio y como condición mínima de justicia global.

Lo que Bosch concibió para enfrentar una dictadura nacional puede ser el espejo que el mundo levante ante la superpotencia que predica democracia mientras la niega. Si Estados Unidos se sometiera a la legalidad que impone, habría menos guerras, más soberanía y mayores posibilidades de construir una paz justa, duradera y verdaderamente universal.

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