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Literalismo bíblico

Jesús fue el primer intérprete al releer la Ley con misericordia

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Literalismo bíblico
Leer la Biblia con razón también es un acto de fe. (FUENTE EXTERNA)

El debate sobre cómo debe leerse la Biblia reaviva una cuestión antigua: ¿la fe exige creer literalmente o comprender críticamente? La exégesis —la interpretación contextual de los textos sagrados— no es un lujo académico, sino una forma de respeto por la palabra inspirada. Esa idea, que escandaliza a ciertos sectores religiosos, tiene respaldo en la tradición. Desde san Agustín hasta el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha advertido que "la verdad revelada se expresa en palabras humanas" (Dei Verbum, 1965).

La lectura literal, despojada de contexto histórico y cultural, conduce a conclusiones éticamente insostenibles. Bastan algunos ejemplos. El Levítico 25:44-46 autoriza la posesión de esclavos; el Deuteronomio 22:28-29 ordena que el violador se case con su víctima; el Éxodo 21:7 permite vender a la hija como esclava; el Salmo 137:9 celebra al que estampe contra la roca a los niños enemigos; y el Levítico 20:13 prescribe la muerte para los homosexuales. Ninguno de esos preceptos puede ser defendido hoy sin negar los derechos humanos y la noción cristiana de misericordia.

Estos pasajes no son una vergüenza de la fe, sino un testimonio de su evolución. Reflejan el esfuerzo de comunidades primitivas por ordenar su mundo con las categorías que conocían. Pretender que esas normas rijan el siglo XXI equivale a negar la historia misma de la revelación. De ahí que Pío XII, en Divino Afflante Spiritu (1943), instara a estudiar las Escrituras "en su lengua original y según sus géneros literarios", reconociendo que Dios habla a través de formas humanas, no de fórmulas científicas ni códigos civiles.

El literalismo moderno, tan visible en ciertos movimientos religiosos, se ampara en la idea simplista de pureza de creer "tal cual está escrito". Pero fue Jesús quien introdujo la primera ruptura hermenéutica: "Oísteis que fue dicho... pero yo os digo" (Mateo 5:38-44). Esa frase es el nacimiento de la interpretación. Cristo no destruye la Ley sino que la relee, la actualiza, la lleva al plano moral.

La exégesis —bien entendida— no diluye la fe, la preserva de la superstición. Antes que imponer dudas, busca rescatar el sentido espiritual detrás del símbolo, la enseñanza ética detrás del mito. La Biblia no se escribió para inmovilizar la conciencia, más bien para inspirarla. Leerla sin contexto es tan peligroso como leerla sin fe porque se corre el riesgo de convertirla en arma política, moral o ideológica.

El debate abierto ha hecho   recordar algo elemental. Dios no dictó un manual de leyes universales, sino un relato humano de búsqueda y redención. En un tiempo donde proliferan los fanatismos de la letra —desde los púlpitos hasta las redes sociales—, reivindicar la exégesis es un acto de fe madura. Creer no desemboca en la suspensión de la razón, pero sí en su puesta al servicio de la verdad.

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