Por qué el avance del país depende de las ciencias sociales
La educación dominicana a la caza del pensamiento crítico

En República Dominicana, hablar de educación suele quedarse en lo superficial: cuántas escuelas nuevas, cuántas tabletas repartidas, cuántas aulas pintadas para la foto. Pero rara vez nos detenemos a mirar qué se está enseñando de verdad, qué herramientas estamos poniendo en manos de los estudiantes y qué tipo de país estamos formando a partir de esas decisiones. Aunque el Diseño Curricular del Nivel Secundario del Ministerio de Educación dice aspirar a formar ciudadanos críticos, éticos y solidarios (Ministerio de Educación, 2016), cualquiera que haya pisado un aula del sistema público sabe que esa promesa todavía no se refleja en la práctica.
En los últimos años ha habido aumentos salariales y mejoras en la infraestructura educativa, pero aun con esos avances la enseñanza de las humanidades y las ciencias sociales sigue siendo limitada, inconsistente y, muchas veces, nula. Esto tiene un impacto directo en el país. El 80 % de los estudiantes dominicanos están en escuelas públicas, lo que implica que el 80 % de los futuros adultos crece sin un acceso profundo y sostenido a estas materias fundamentales (Statista). En otras palabras, la mayoría está recibiendo una educación que les enseña a funcionar, pero no necesariamente a comprender.
La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, una de las voces más influyentes sobre ética, democracia y educación, advierte en Not for Profit que, cuando una nación descuida las humanidades, forma trabajadores eficientes pero ciudadanos con una capacidad reducida para pensar críticamente y entender los valores que sostienen una democracia. Y en nuestro sistema educativo esto se ve claramente: materias como historia, filosofía, ética o ciencias sociales quedan relegadas por una enseñanza técnica y memorística, donde lo prioritario es repetir en vez de cuestionar.
Poco a poco hemos convertido la educación dominicana en una maquinaria que produce, pero no piensa. Y un país que no piensa difícilmente puede avanzar.
Me he dado cuenta de algo simple: hay dos tipos de educación. Una enseña a ganarse la vida y otra enseña a hacer que la vida valga la pena. La primera mantiene a un país funcionando; la segunda permite transformarlo. Porque la educación no es solo un camino de movilidad social: también es la base para entendernos, tomar decisiones informadas y ubicarnos en el mundo con conciencia.
Cuando la mayoría de nuestros jóvenes no recibe herramientas para pensar críticamente, no solo se limita su futuro individual: también se limita la capacidad del país entero para decidir su rumbo. Mientras las ciencias sociales sigan concentradas en los colegios privados y lejos del alcance del pueblo, seguiremos reproduciendo desigualdad, desinformación y una apatía política que parece heredarse. Una sociedad que no comprende sus instituciones ni sus derechos termina cediéndolos sin darse cuenta. Y un país que no entiende su historia ni su sistema político no puede aspirar a transformarlos.
Conviene aclarar algo importante: defender el valor de las ciencias sociales no implica restar mérito a áreas como matemáticas, ingeniería o tecnología, que son esenciales para el desarrollo productivo y científico del país. Tampoco significa sugerir que el sistema educativo público esté funcionando bien; de hecho, un libro entero podría dedicarse a los extensos desafíos estructurales que enfrenta. Aquí me concentro en un punto específico que suele quedar invisibilizado: la ausencia, fragilidad o mala implementación de las ciencias sociales. Y esa es una de las razones por las que el país avanza menos de lo que podría.
Si realmente queremos una República Dominicana que avance, necesitamos recuperar el valor de las humanidades, fortalecer la enseñanza de las ciencias sociales y apostar por una educación que no forme solo mano de obra, sino ciudadanos. Porque un país que entiende es un país que puede cambiar.

Adriana Dávalos Acra
Adriana Dávalos Acra