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Vivir la Navidad

La navidad dominicana, una invitación a la fe, la unidad y el reencuentro familiar

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Vivir la Navidad
La Navidad en la República Dominicana es mucho más que luces y fiestas. (FUENTE EXTERNA)

Vivir la Navidad en nuestro país es más que armar un arbolito bonito y competir por ver quién tiene la calle con más bombillitos. Es, sobre todo, una invitación a reencontrarnos como familia y como pueblo; a hacer una pausa en medio del ruido y recordar aquello que nos sostiene cuando todo lo demás se tambalea: la fe, la unidad, la paz y el cariño entre los nuestros.

La Navidad tiene un sabor muy particular para los dominicanos. Se mezcla el aroma del cerdo asado y los pasteles en hoja con el sonido de los villancicos, las misas de aguinaldo y los reencuentros de familias que pasan el año entero dispersas entre barrios, campos y la diáspora que vive fuera. Vivir la Navidad desde esta realidad dominicana significa entender que no es solo una fecha en el calendario, sino una actitud: la decisión de acercarnos, perdonar, compartir y reconciliarnos.

En tiempos marcados por la prisa, la violencia y la polarización, la Navidad nos propone lo contrario: bajar la voz, escuchar al otro, tender puentes. En muchas familias dominicanas hay heridas abiertas: conflictos por herencias, viejas ofensas no resueltas, distancias creadas por malentendidos. Vivir la Navidad como tiempo de unidad supone atreverse a dar el primer paso: una llamada, una visita, un "perdóname" o un "dejemos eso atrás". No se trata de borrar el pasado, sino de decidir que la familia es más importante que el orgullo.

La paz, en este contexto, no es solo la ausencia de pleitos: es un ambiente. Se manifiesta cuando los padres hacen el esfuerzo de estar presentes; cuando los hijos apagan el celular por un momento para hablar con los abuelos; cuando se comparte la mesa con respeto y gratitud. La paz se cultiva también cuando la familia se une a orar, a agradecer por lo recibido y a pedir por quienes más sufren. Esa sensibilidad hacia el otro es profundamente cristiana y, además, profundamente dominicana.

La Navidad vivida desde la fe nos recuerda que Dios decidió hacerse niño en una familia humilde. Eso interpela a todas nuestras familias: la que vive en una casa cómoda y la que se aprieta en una casa de zinc; la que tiene a todos sus miembros presentes y la que carga con la ausencia del que emigró o del que ya partió a la Casa del Padre. Contemplar el pesebre es preguntarnos: ¿cómo está mi pesebre interior?

Aquí, en nuestra tierra donde tantas personas viven con estrechez económica, vivir la Navidad no debería significar endeudarse para impresionar, sino compartir lo que se tiene, aunque sea poco: un plato extra para el vecino que está solo, un juguete para el niño del barrio, una visita a un hogar de ancianos... o a un hospital. Pequeños gestos que convierten la Navidad en algo real y no solo decorativo. Es el espíritu del "vamos a ayudarnos", tan nuestro cuando lo dejamos despertar.

Fortalecer la familia en Navidad implica también conversar sobre lo que vivimos como país. No solo hablar de regalos, sino de valores: el respeto, la honestidad, el trabajo digno, la importancia de estudiar, la de cuidar la casa común que es la patria. La mesa navideña puede convertirse en una pequeña escuela de ciudadanía y de fe, donde los adultos dan ejemplo y los más jóvenes aprenden con el testimonio.

En definitiva, vivir la Navidad es apostar por lo mejor de nosotros mismos: nuestra capacidad de reír aun en la dificultad, de compartir aun en la escasez, de creer que el mañana puede ser mejor si caminamos juntos. Es dejar que el mensaje de Jesús se traduzca en gestos concretos de unidad, paz y familia. Lo demás —las luces, la música, las fiestas— es hermoso, sí, pero solo tiene sentido si al final podemos decir: esta Navidad nos hizo más humanos y más hermanos.

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