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Sublimar

Por qué la belleza de nuestro idioma exige más que solo rima y ritmo

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Sublimar
Sublimar en el arte, la fórmula química que los jóvenes deben aplicar al español. (GOOGLE GEMINI)

"...Por desplumar arcángeles glaciales". Miguel Hernández tendría unos 23 años cuando iniciaba así su Soneto final, en cuyos cielos infinitos e inimaginables declara, al concluir, que tanta belleza "...no es por otra desgracia ni otra cosa que por quererte y sólo por quererte".

El idioma español es riquísimo: una vastedad de palabras, adjetivos y verbos sostenida por una gramática emocionante. Ahí está Góngora —"La dulce boca que a gustar convida / un humor entre perlas destilado..."— o nuestro Manuel del Cabral: "Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo, como un traje ya viejo pero querido, uso? Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo...". Ese idioma precioso y siempre preciso nos permite reír, llorar, recordar, celebrar, prever y advertir; nos regala una sinfonía gramatical capaz de vestir la realidad con poemas, novelas, dramas y canciones. Así lo demuestra Dámaso Alonso: "...No sé; sólo me llega, en el venero / de tus ojos, la lóbrega noticia / de Dios; sólo en tus labios, la caricia / de un mundo en mies, de un celestial granero...".

Escribo esto para dar un poco de tranquilidad espiritual a unos queridos amigos que, preocupados, evocan la frase de Mamá: "Estos son los finales", cuando ven, oyen y hasta leen lo que producen los artistas jóvenes de esta época, en su mayoría pertenecientes —ciertamente, Mamá— a esas generaciones llamadas "X" y "Z". No hay nada que temer: es su tiempo. A su naciente formación, sin embargo, suele faltarle el gran conocimiento de las maravillas del idioma español.

Estos muchachos, mis amigos, buscan a menudo la rima antes que la sustancia; y así presentan el hecho sin los velos hermosos con que la lengua permitía a otro joven de 23 años —Miguel Hernández, en los años treinta— expresar lo mismo: "...He poblado tu vientre de amor y sementera / he prolongado el eco de sangre a que respondo / y espero sobre el surco como el arado espera: / he llegado hasta el fondo...".

Nunca como ahora se ha desnudado el hecho de manera tan despreocupada e interesada. Los muchachos se encaraman en la mesa de sus paneles televisivos y, además de los gestos íntimos propios del acto, obligan a la dicción a visitar lugares que el pudor siempre cuidó. La rima, entretanto, se somete al ritmo del bum bum que la poderosa tecnología sonora impone.

El resultado es el asombroso desconocimiento de una norma esencial de toda poesía y de todo arte: sublimar. Si nuestros jóvenes de las X y las Z emprendieran la tarea de sublimar, dejarían las malas palabras para cuando son necesarias —y nunca en público— y menos para que bailen desnudas en la radio y en las innumerables pantallas del nuevo universo audiovisual.

Con esa capacidad nueva, podríamos tener otros Luis Días: "...Ella provocaba envidia / todos me le daban ojos...". Otros Manuel Jiménez: "...Que no acabe esta noche ni esta luna de abril; para entrar en el cielo no es preciso morir...". Otros Juan Luis: "...Quisiera ser un pez / para mojar mi nariz en tu pecera...". Otros José Antonio: "...Como un bolero, un dueto de suspiro horizontal...". Otros Claudio: "...Aquí estuvo la lluvia y preguntó por ti...".

Nuevos jóvenes que creen apoyándose en la enorme belleza de nuestro idioma, el mismo con que dice Héctor Incháustegui: "...Eché hacia atrás la cabeza / y desvié la mirada / feliz, sintiendo la fuerza / de adivinar que lloraba... / cuánto bien hubiera hecho / con dos lágrimas heladas / con dos gotas de mentira / y dos de agua salada...".

Sublimar, jóvenes artistas; sublimar.

En Química, sublimar es pasar del estado sólido al gaseoso sin dejar huella líquida: volver aire lo concreto. En Arte, es convertir el hecho —lo inmediato, lo real— en un espacio intangible de sueño, de armonía inédita, de refugio y amable eternidad.

A nuestros juveniles X y Z les sobran talento, inspiración y vitalidad. Son nuevos, como las primeras horas de la mañana. Ampliar el conocimiento de su precioso idioma es sólo un escalón más.

"...Muchachos, denle pa´ llá: ¡atrévanse a sublimar!".

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