Gisèle Pelicot
Gisèle Pelicot ha decidido romper el silencio sobre el abuso que sufrió durante diez años a manos de su esposo, quien la drogaba y la sometía a violaciones por parte de otros hombres
La vergüenza tiene que cambiar de bando. Lo dice Gisèle Pelicot, la mujer francesa que durante diez años fue drogada por su esposo, que contactaba con otros degenerados para que la violaran en su propia cama.
Gisèle ha renunciado al anonimato y a que el juicio se celebre a puerta cerrada. Los cincuenta hombres identificados en las fotografías y videos que tomaba su entonces marido (50 años de matrimonio), la ven y ella los ve. Pero ahora ella está consciente y sabe que ellos le atacaron.
Tiene 71 años y un valor que solo puede provocar agradecimiento, respeto y admiración. (La valentía no es un rasgo que abunde, para qué nos vamos a engañar.)
Ella quiere denunciar así las violaciones con sumisión química y dar voz a las víctimas que quizá no fueron escuchadas. Mujeres que no cayeron por azar en una noche de discoteca: las violaciones por sumisión química ocurren también en la intimidad de las parejas.
La vergüenza tiene que cambiar de bando. Es una idea profunda. Fuerte. Tenemos que lograr que las víctimas interioricen que la culpa y la vergüenza recaen en el delincuente, en el criminal que las ataca.
El valor de una mujer de 71 años puede ser inmenso. Con siete palabras, a cara descubierta, Gisèle ha resumido lo que campañas institucionales contra la violencia sexual llevan tratando de decir por décadas.
Los 50 hombres –eran al menos 72, pero la policía no ha podido identificar a todos- que se sientan en el banquillo violaban a una mujer inconsciente, drogada por su pareja, que les invitaba a agredir a su propia esposa en un foro de Internet. Hay que escribirlo varias veces para asumir la monstruosidad del delito.
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