Llegaron ya a la universidad
Educación descafeinada, secuelas silenciosas del aprendizaje virtual
Dos profesores universitarios se desahogan. Hace ya dos o tres años que sus estudiantes son aquellos que pasaron la pandemia recibiendo una formación descafeinada y telemática de aprobado seguro.
Esos futuros profesionales, dicen decepcionados, solo pretenden pasar de curso. No participan activamente en el aula y los viernes -por supuesto- la clase debe ser virtual. Cualquier ejercicio les parece complicado y no muestra interés por actividades externas relacionadas con la profesión que han elegido. Faltas de ortografía, utilización tramposa de la IA.
No son problemas solo locales. Aquí y en otros países el nivel de los bachilleres exige a las universidades emplear demasiado tiempo en tratar de que alcancen los conocimientos mínimos para la educación superior.
En La escuela no es un parque de atracciones, el educador y filósofo Gregorio Luri, narra la experiencia de una escuela de la periferia de Londres. Sus estudiantes son pobres, en su mayoría inmigrantes, pero la Michaela Community School ha conseguido situarse en el tope nacional en la reválida del Certificado General de Educación Secundaria.
Su receta es tan antigua que ahora es revolucionaria: "(...) orden, exigencia, profesores que dominan la materia, una instrucción explícita, cariño, respeto(..) Y silencio, sin ruidos de fondo." Y sigue enumerando: los niños leen y recitan. Memorizan. El maestro de pie frente al aula habla mucho y bien, los niños escuchan. Disciplina y normas para llevar el uniforme. Leen un promedio de doce mil palabras diarias -aplaude Luri- y asisten a obras de teatro y conciertos de música clásica.
Cada vuelta de vacaciones la notica es la misma: la baja asistencia de los estudiantes. Se empieza por no ir a clase el día que arranca el trimestre y se termina con unos índices de abandono escolar desoladores en la escuela y en la universidad.