Balón y libros, sudor y metáforas
Héroes del balón que se esparcen por el mundo, lejos de la patria de origen, para mostrar sus garras y llegar, con durísimo esfuerzo, hasta el gol, el orgasmo del fútbol

El fútbol fue creado por Borges una tarde pelotuda de mayo en un Buenos Aires saturado de milicos y minguitos y, por el centro y más hacia el este o el oeste, uno nunca sabe, los hinchabolas tatengues del Atlético Unión de Santa Fe, los piratas del Belgrano de Córdoba, los académicos del Racing Club de Avellaneda, los millonarios del River Plate y los bosteros del Boca Junior.
Dicen los que contaron la historia que Borges iba de brazos de su inseparable hermana Norah y al otro lado su viejo amigo Adolfo Bioy, un tándem de iconoclastas -digo, Adolfo y Jorge Luis-, zorros de la escritura andante. Uno, un murciélago invicto; otro, un garcador, buena pinta y bolsillos saturados de monedas fuertes. Esa vez, decidieron caminar por barrios de emergencia, aunque pronto optaron entretener sus pasos por Palermo, el barrio de Borges; la artística San Thelmo, y la Recoleta, que era el barrio de Bioy. Escuchando lo que conversaban, fue Norah la que sugirió ambular por el barrio porteño de Belgrano, pero de inmediato Bioy propuso dirigirse hacia el barrio La Boca, origen y asiento del Boca Juniors. Borges, que siempre llevaba consigo un libro, a pesar entonces de su ceguera en proyecto, caminaba con “Las nuevas noches árabes” de Robert Louis Stevenson, uno de sus autores favoritos, y hay quienes afirman que Bioy cargaba el manuscrito de “Cartas del fervor”, el libro de Jorge Luis que guarda las correspondencias del maestro con Maurice Abramowiez y Jacobo Sureda.
Llegado aquí, digamos las cosas como ocurrieron de verdad. Borges no inventó el fútbol físico, el de técnicas, ensambladuras de pases, chutes, penaltis y tiros libres, sino el fútbol literario. Pocos tal vez puedan imaginárselo, pero Borges y Bioy Casares, en aquella andadura por los barrios porteños, fueron los primeros que llevaron a la literatura el fútbol como pasión cultural desde la narrativa, en específico. El polemista de postín, que luego escribiría sentencias febriles y obtusas como estas: “El fútbol es feo estéticamente”, “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”, fue el autor, haciendo dúo con Bioy Casares, de “Esse est percipi” (“Ser es ser percibido”), el cuento que da origen a la narrativa literaria del fútbol, el deporte más asumido por escritores como tema de relatos, novelas y ensayos no periodísticos. Y allí escribieron estos boludos atómicos, vaticinando la mordacidad posterior, que desde 1937 “el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”. Deseaban destacar el rol de los narradores de fútbol, frente a los propios jugadores en el campo. ¿Acaso no es cierto?
El cuento aparece en las “Crónicas de Bustos Domecq”, nombre adoptado como seudónimo por los ilustres escritores argentinos, cuando escribían a dos manos (o a dos voces, que da igual). Bioy no se quedaba atrás en sus juicios contra el fútbol. Escribiría un día siniestro que “el fútbol ha impuesto la pasión de sus multitudes de espectadores, que no entiende de generosidades, y la venalidad de sus héroes, desatando con fuerza huracanada el espíritu faccioso”. Caray, le creo.
Desde luego, de nuevo digamos con precisión lo que sucedió en realidad. Los argentinos quisieran que no fuese de ese modo. Lo aceptan a regañadientes y casi es su estratagema para combatir la dureza de opinión de Borges contra el fútbol: destacarlo como el fundador de la literatura del balompié con el célebre cuento aludido. Pero, no fue así. El que inició al fútbol como miembro honorable, con rango magisterial, de la literatura, fue Horario Quiroga. Un uruguayo. Esa petardeta no les gusta -a los argentinos que saben de mezcla de literatura y fútbol- que la mencionen. Lo dice la historia, que casi siempre es mugrienta, como llaman ellos a la deslealtad. Pues sí, fue Quiroga quien escribió un relato formidable sobre sucesos en el campo de la Copa América de 1917, titulado “Juan Polti, half-back”. Se le considera “el primer testimonio de la literatura futbolística del que tengamos noticias en América Latina”. Se publica en 1918 y no será hasta 1963 cuando Borges y Bioy estrenan su “Esse est percipi”. De modo que lo que crea Bustos Domecq es la literatura futbolística en Argentina. La de América Latina la inicia Quiroga. Fue a partir de este uruguayo que comenzó la fiebre narrativa sobre el fútbol que ha reunido en una sola dirección a escritores de varias procedencias como Fernando Alegría, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli, Roberto Bolaño, Juan Villorio, Bernardo Atxaga, Javier Marías, Miguel Delibes, Julio Llamazares, Rosa Regás, Julio Ramón Ribeyro, Augusto Roa Bastos, Juan García Hortelano, Manuel Vicent, y hasta Mario Vargas Llosa, para quedarnos en solo algunos. La lista es larga. Tomen en cuenta que están suscritos a esta literatura escritores de faz tan variada como Passolini, Peter Handke, Marguerite Duras, Camus, Nabokov, Cela, y recientico, otro argentino, Andrés Neuman. Y dicen que antes lo hicieron Shakespeare y Sartre. Como puede verse, la plaga tiene un curso acelerado de siglos que puebla de letras a puro chutar y cabecear, además de Argentina y Uruguay, a España, Francia, Inglaterra, Chile, México, Perú, Brasil, Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela, Nicaragua. Y hay más.
Tengo presente ahora a Johan Cruyff, el holandés agitador y cascarrabias impenitente que fue, para los expertos, una de las más grandes glorias de un fútbol que sólo recuerda a Pelé y Maradona, quien escribió un libro de frases sabias y orientadoras, otra forma literaria adoptada para el balompié. Jorge Valdano, el ex jugador y entrenador argentino (¡tenía que ser!) que inició la recopilación de la literatura de este gran deporte, dijo de Cruyff que “cambió la tradición, el gusto de los aficionados, la organización institucional: creció la autoestima, el prestigio, la credibilidad…despreció con saña y reincidencia el funcionamiento defensivo; eligió buenos jugadores y un orden atrevido; insistió en el hábito del toque para monopolizar la posesión y, a los dos años, la pelota ya se había puesto de su lado danzando a una velocidad que contagiaba la risa. Ganó más que nadie, pero su revolución no es estadística. Activó la cantera como ninguno, pero su revolución no es productiva. Cruyff creó una nueva corriente”.
El Mundial llega a su fin. Aunque sucede desde hace años, nunca como ahora el fútbol se nutre de la migración. Los equipos plenamente nacionales son escasos. Francia es de Mbappé, de Dembelé, de Théo Hernández, entre otros, hijos de la migración. En varios equipos ocurre lo mismo. España tuvo un desempeño pobre, aparte de que solo supo aplicar la lógica del Barca, porque el Real Madrid está formado por planilla extranjera. ¿De dónde sacar pues delanteros, medios y defensas? Seguí con interés a esa España pura, aunque en el limbo; a Marruecos, que desarrolló un juego vibrante y lúcido; a Brasil, que tuvo oportunidad de exhibir, por lo menos en uno de sus partidos, el jogo bonito que los caracteriza, con un Neymar a media luz, y con un plantel que esta vez fue conducido por Casemiro, Vinicius, Paquetá, Richarlison, Raphinha; a la Argentina que mostró que Messi es el mejor jugador del mundo, país de migrantes europeos que llegó a la gala final con Otamendi, Julián Álvarez, Nahuel Molina, y una nómina de triunfadores; al Portugal de Ronaldo, buen cristiano, pero también esta vez de Bruno Fernández, Pepe, Ramos, Joao Félix. Héroes del balón que se esparcen por el mundo, lejos de la patria de origen, para mostrar sus garras y llegar, con durísimo esfuerzo, hasta el gol, el orgasmo del fútbol, según Galeano. Ha cerrado el Mundial. Los ídolos son necesarios. Los necesitamos. Y la hinchada, frenética y chinchuda, es indispensable. Ha cerrado el Mundial. Perdón, cesa la vida. Nos queda, hasta la próxima, “la dialéctica poética y reflexiva de la literatura” -en palabras de Valdano- que el fútbol genera y decanta.
En memoria de Damasito García, Juan Lantigua, Jacinto Guzmán, Papi Sosa, Juan Miñá, Juan Miguel Vicente, Antonio Cota, Mariano y Belman Mejía, que junto a tantos otros enseñaron en mi pueblo a valorar, sufrir y disfrutar la pasión del fútbol.
- CRÓNICAS DE BUSTOS DOMECQ
Jorge Luis Borges / Adolfo Bioy Casares, Losada, 1998, 156 págs. Cuentistas de capa y espada, Bioy y Borges forjaron un ejercicio intelectual escribiendo a dúo y creando originales personajes.
- CUENTOS DE FÚTBOL ARGENTINO
Roberto Fontanarrosa (editor), Alfaguara, 1999, 214 págs. En un partido de fútbol se generan historias para escribir cuentos y novelas. Fútbol y ficción unidos en esta antología a la manera argentina.
- REGLAS DE JUEGO
Fidel Flores (editor), Monte Ávila, 2007, 136 págs. Cuentos latinoamericanos de fútbol. De Benedetti a Roa Bastos. El fútbol como experiencia literaria en la escritura de maestros de América Latina.
- ME GUSTA EL FÚTBOL
Johan Cruyff, Círculo de lectores, 2002, 140 págs. La sabiduría para analizar el fútbol de uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos. Si el fútbol es un dios, Cruyff es su profeta.
- CUENTOS DE FÚTBOL
Jorge Valdano (Editor), Alfaguara, 1995, 176 págs. El mítico libro del famoso jugador y entrenador argentino. El de mayor difusión de la literatura sobre balompié. Veinticinco autores en la plantilla.