Dios y el humo
La muerte del traficante y la protesta social
Oscilo entre la pobreza como causa y el prurito clasemediero que me hace decir para mis adentros ¡dios mío, adónde hemos llegado! De nada sirve cerrar los ojos: el dolor por el traficante muerto por la policía en Cambita fue más allá de glorificarlo. Se convirtió en protesta social y política, en manifiesto de insatisfacción con las desigualdades que preferimos no ver. Mejor hacer como el avestruz, enmascarar la realidad con la reconvención o la burla, hasta que nos sorprenda la revancha de los que encendieron velas y acompañaron el féretro gritando su rabia. Será entonces el llanto y el crujir de dientes.
Durante el velatorio y el enterramiento, la palabra del cristianismo fue coreada sin descanso. No era incongruencia, aunque lo pareciera. Comprendida o incomprendida en su valor simbólico, se convirtió en apoyo de una narrativa alternativa al parte policial y se adueñó del sentimiento público. El prontuario delictivo trocó en mentira y la maldad en bondad, dando paso a testimonios que desnudan el descrédito del sistema político y la pérdida de fe en la democracia y su justicia.
Kiko la Quema era «un hombre de bien». Despojada de su linaje ético, la frase sufre un vuelco semántico e ideológico. Pasa a expresar la eficacia de la autoridad que hace aparecer el celular robado, que permite dormir sin miedo a los ladrones, que reparte bienes con prodigalidad. Que provee la seguridad y la atención social que el Estado escatima. Si traficaba extorsionaba, mataba y violaba adolescentes carece de importancia.
¡Vivan Dios y el humo! La presencia divina y su cólera. El monte Sinaí humeando, como han predicho que humeará Cambita Garabitos si la indefensión frente al delito, que subsanaba «el patrón» de manera expedita, campa por sus fueros en el municipio. Lo repetían una y otra vez como desafío. Humo que será precedido por el fuego, metáfora de pulsiones.
¿Humo de marihuana, de cigarrillo, de vape, cuál humo?, preguntaron periodistas a gambiteros iracundos. Humo de advertencia de la destrucción. «Porque viene del norte una nube de humo y nadie rompe la formación», dice Isaías.
El narco «benefactor», reparador del olvido del Estado y que impone reglas en el territorio bajo su dominio, se transmuta en referencia en una sociedad donde la marginalidad y la exclusión se extienden como mancha de aceite y la educación (escasa, de todos modos) no vale como medio de movilidad social.
Nada hacemos con rasgarnos las vestiduras y endilgarle a la cultura del dinero fácil la reacción frente a la muerte del narcotraficante, micro o macro, ni por el narcotráfico como plausible medio de vida. Las aspiraciones de los jóvenes, hombres y mujeres, que aparecieron durante el pasado fin de semana endiosando al abatido están por ahora clausuradas. Y ese es el verdadero problema.
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