Repugnante transfuguismo
Nadie está obligado a permanecer en un partido o agrupación política en contra de su voluntad
Nadie está obligado a permanecer en un partido o agrupación política en contra de su voluntad. Eso es una obviedad. Ahora bien, los niveles de transfuguismo que se vienen produciendo en los últimos años no tienen precedentes. Y en particular, lo que estamos presenciando después de las elecciones de municipales es simplemente repugnante, y peligroso para la democracia y la estabilidad social y política de que disfrutamos los dominicanos.
Cuando entre los años dieciocho y diecinueve se aprobaron las leyes electorales y de partidos, se establecieron mecanismos que buscaban dificultar esa práctica. Pero esas legislaciones, que estuvieron condicionadas por la dinámica divisionista del peledeísmo, salieron con ambigüedades que permitieron a cortes complacientes descuartizarlas, dejando las puertas abiertas a las peores manifestaciones de transfuguismo.
Desde entonces el problema no ha hecho otra cosa que agravarse. Ya que, tanto ayer como hoy, el tránsfuga dominicano persigue las mieles del poder.
En su momento, los ahora afectados tuvieron la oportunidad de establecer mecanismos que dificultaran o castigaran estas prácticas. Y nada hicieron porque entendían que se beneficiaban con la llegada a sus filas de esas gavillas rastreadoras del erario.
Tal vez por eso se dificulta sentir empatía con sus lamentos. Especialmente con los verdes. Un partido alimentado con transfuguismo oportunista. Porque la enorme mayoría de quienes saltaron desde el PLD hacia la Fuerza del Pueblo después de agosto del veinte, lo hicieron bajo la premisa de que detrás de Leonel tenían mayores posibilidades de retornar al poder que manteniéndose en su vieja morada. Mismo oportunismo traicionero que ahora exhiben quienes brincan al oficialismo luego que el dieciocho de febrero revelara que es tan escasa la fuerza como el pueblo.
Pero la intención no es argumentar en base a la falacia ad hominem. Ya que la propensión a este transfuguismo clientelar daña a todos los actores de la democracia, provoca desconfianza en los políticos y debilita a los partidos.
Y aunque el estrabismo que genera el momento electoral no permita apreciarlo, este desenfreno de traiciones perjudica particularmente al presidente Abinader. Que no necesita esta ola de arribistas saltando desde otras parcelas, que afectan su imagen y restan legitimidad a su encaminada reelección. Y es que, aunque no siempre sea el caso, regularmente estos apoyos se asocian a transacciones monetarias, empleos y otros beneficios a cuenta y costo del presupuesto nacional.
Además de que este incesante golpeo a los partidos de oposición pudiera generar conflictos de gobernabilidad en un próximo cuatrienio. Un liderazgo opositor aplastado y tratando de resistir un intento de aniquilación, no escuchará llamados a tregua, consensos o acuerdos para abordar las inminentes reformas que este país necesita. Colocados en modo supervivencia, serán despiadados enfrentando al Gobierno. Y se avecinan tiempos difíciles tanto para el país como para el mundo.
Y no vale la pena asumir ese costo, para adquirir traidores y oportunistas que volverán a virarse cuando los vientos del poder soplen en otras direcciones.
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