Carter Centenario
El presidente que desafió las normas de la diplomacia
Cuando se produjo el derrumbe ético provocado por el escándalo del Watergate, que obligó a Nixon a dimitir de la presidencia imperial, con la confianza del norteamericano promedio en sus instituciones democráticas seriamente dañada. Una figura pueblerina, granjero sureño, puritano, cuyo aval principal era ser gobernador de Georgia, tocó las puertas de los hogares y se presentó simplemente como Jimmy Carter (Plains, 1924). Apelando al espíritu pionero que hizo de América una tierra de promisión, este bautista observante, ajeno al establishment de Washington, se dedicó a renovar las esperanzas de su pueblo. Ganó las primarias en el Partido Demócrata, para luego batir las aspiraciones del republicano Gerald Ford de escalar, desde una presidencia de emergencia, a una de "a verdad" en las elecciones del 5 de noviembre de 1976.
Me tocó vivir en Washington en la era Carteriana. Verlo leer la Palabra en los oficios dominicales de un templo bautista junto a su esposa Rosalynn y a su hija Amy. Asistir al insólito piquete de ex agentes de la CIA, reclamando por su despido de la agencia, luego que el almirante Stansfield Turner -compañero de Carter cuando éste operó como oficial de submarinos nucleares- casi desmantelara el Departamento de Operaciones Clandestinas, al desvincular a 820 agentes. Seguí de cerca las audiencias del Comité de Inteligencia del Senado, orientadas a reestructurar el estatuto de los servicios de seguridad y a evitar la reedición de los excesos de la era de Nixon.
Desde mi cómoda oficina en The Wilson Center -un think tank oficial dedicado al estudio de la política internacional que honra la memoria del presidente y scholar Woodrow Wilson- con mi colega de Notre Dame James Lang, pude contemplar a Capitol Hill bloqueado por tractores y camiones conducidos por los miembros de la American Farmers Association. El pluralismo que admiró en el siglo XIX Alexis de Tocqueville, plasmado en su monumental Democracia en América, mismo al que le cantó el inmenso Walt Whitman en su raigal Hojas de hierba, cobraba vida ante mis ojos al ver la capital federal ocupada por sus agricultores enfundados en jeans, camisas a cuadros escoceses, botas de labor Timberland, tocados con cachuchas. Con centro operativo en mi apartahotel The Coronet.
Jimmy Carter se propuso colocar los derechos humanos en el centro de la política exterior norteamericana, promoviendo la democratización del mundo y particularmente de América Latina, que sufría a finales de los 70 la impronta de regímenes militares de nuevo y viejo cuño o civiles semi autoritarios, con presidentes de saco y corbata, rodeados de sables mandones y uniformados entorchados. Para ello, la ayuda al desarrollo y la asistencia militar fueron condicionadas a progresos efectivos en materia de derechos humanos y celebración de elecciones realmente competitivas.
República Dominicana estuvo incluida en esta agenda y todos recordamos los elogios comprometedores que Carter hizo en los jardines de la Casa Blanca al presidente Balaguer, con miras a las elecciones del 78, en ocasión de su visita para la firma solidaria de los presidentes latinoamericanos con motivo de los tratados Torrijos-Carter sobre el Canal de Panamá.
En esta enriquecedora estadía en Washington, conocí a un equipo mixto de jóvenes diplomáticos e internacionalistas veteranos que colaboraban con entusiasmo con esta política. La atractiva juvenil Sally Shelton -quien luego casara y enviudara de William Colby-, a cargo de derechos humanos en el Departamento de Estado, el jovial afroamericano Andy Young, embajador ante las Naciones Unidas, el bisoño académico georgiano Robert Pastor, asesor para Latinoamérica del Consejo Nacional de Seguridad (CNS). El polaco americano Zbigniew Brzezinski, eminente internacionalista de Harvard y Columbia, promotor de la Comisión Trilateral, Asesor de Seguridad Nacional de Carter. Samuel Huntington -una autoridad de las ciencias políticas autor de textos claves-, prestado por la universidad al CNS.
Toda una leyenda, George F. Kennan, cuyo nombre encabeza el centro dedicado a los estudios rusos en The Wilson Center, figura emblemática de la doctrina Truman de Contención que impulsó la política de Guerra Fría, tras su famoso "Long Telegram" del 22/2/46. Redactado desde la legación americana en Moscú, advertía los propósitos expansivos del liderazgo soviético en Europa del Este. Justo TWC era dirigido por el cordial James Billington, especialista en estudios rusos autor de clásicos sobre la materia, quien por 28 años dirigió luego la Library of Congress.
En las sesiones de TWC sobre la región, era una constante el carismático Luigi Einaudi. A cargo por décadas de planeación de la política latinoamericana en el Departamento de Estado, su carrera lo llevó a la OEA como embajador y secretario general. Miembro de distinguidas familias, Luigi es hijo de Mario, un académico italiano fundador del Center for International Studies de Cornell, nieto de Luigi Einaudi, presidente de Italia entre 1948/55, considerado entre los padres de la República, y sobrino Giulio, de la afamada Editora Einaudi. Su madre Manon Michels es hija del eminente sociólogo alemán Robert Michels, autor del clásico Los Partidos Políticos y de la tesis de la ley de hierro de la oligarquía que los rige.
Acudía también a las conferencias y paneles temáticos el historiador Dr. Arturo Morales Carrión, un boricua esencial ligado a nuestra transición democrática como secretario auxiliar adjunto para asuntos latinoamericanos del Depto. de Estado bajo JFK, clave en el ensamblaje del Consejo de Estado y, junto a Teodoro Moscoso, de la Alianza para el Progreso. Promotor de los estudios históricos y humanísticos en la Isla del Encanto, don Arturo, con quien hice buenas migas, presidió la Universidad de Puerto Rico.
El Latin American Program de TWC lo encabezaba el dinámico latinoamericanista Abe Lowenthal, ex becario de Ford en Santiago, autor de la obra seminal The Dominican Intervention. En su Comité Académico figuraban Fernando Henrique Cardoso -mi profesor en Chile-, Leslie Manigat -amigo desde UNAM en el 74-, futuros presidentes. Los economistas Albert O. Hirschman y Ricardo Ffrench Davis, los politólogos Guillermo O´Donnell y Phillippe C. Schmitter, que junto a Juan Linz aportaron sobre autoritarismo y transición democrática. El politólogo chileno Jorge Heine -quien desarrollaría carrera académica y diplomática- fungía en tareas ejecutivas.
En sus coloquios participaban personalidades como el expresidente Fernando Belaunde, el secretario de la CEPAL Enrique Iglesias o el de la OEA Alejandro Orfila. Los fellows del Programa, José Donoso, chispeante narrador chileno del boom, la catedrática de literatura de Johns Hopkins Sara Castro-Klaren y su esposo, el historiador Peter F. Klaren, de George Washington, autor de textos sobre Perú. En su hogar compartíamos con Antonio Lluberes SJ, alumno de Peter, pláticas sobre la historia azucarera.
Fue una temporada productiva en Washington, investigando en National Archives, Library of Congress y Columbus Library de la OEA. Intercambios en la School of Advanced International Studies (SAIS) de Johns Hopkins con su director Riordan Roett y Piero Gleijeses, especialista en la crisis del 65. Roberto Álvarez laboraba en la OEA y realizaría estudios en Georgetown y SAIS. Frecuentaba al afable Arturo Calventi Gaviño, funcionario del BID, coleccionista de mapas. Rosa Tejada Tabar, amiga de infancia hija del Dr. Tejada Florentino. Guillermo Rivera, economista del BID, junto a la Prosdocimi, crítica literaria. Nicole, hija de Tad Szulc, me acercó a su padre desde 1975, autor de The Illusion of Peace: Foreign Policy in the Nixon Years. Vieja conexión con los episcopales Phil Wheaton, de EPICA, mi anfitrión en 1975 y William Wipfler, del National Council of Churches, con obra sobre la Iglesia dominicana.
Pero el sentido ético de la política de Carter hacia la región lo pude apreciar mejor una memorable tarde en la residencia del embajador norteamericano en Santo Domingo. Luego de un día de campo tras la huella azucarera en los ingenios coloniales en el entorno del río Nigua, tras visitar el Central Río Haina, Robert Yost, su esposa France y yo llegamos a la Pedro Henríquez Ureña. Era sábado y la amabilidad de los Yost me hizo aceptar unas horas más en su compañía, ocasión que aproveché para saber de su carrera y de algunos detalles de la crisis post electoral del 78. En particular del rol jugado por los Estados Unidos.
Quise conocer las razones que había tenido para presentarse solitario, en ocasión de su infructuosa visita a la residencia del presidente Balaguer, cuando lo dejaron plantado por varias horas en la marquesina sin recibirlo. Yost me contestó que no era su estilo personal, sino un rasgo del nuevo trato que Carter quería imprimirle a las relaciones de una potencia como Estados Unidos con países pequeños, como el nuestro, respetando su dignidad.
Ese espíritu estuvo presente en las negociaciones canaleras y en las declaraciones ofrecidas por Carter explicando su intervención en la crisis haitiana del 94, al consignar que le avergonzaba el tono belicoso de la política de la administración Clinton hacia Haití. Ha sido la norma que guio su presencia en múltiples elecciones realizadas en América Latina (Nicaragua, Haití, Guyana, Panamá, El Salvador, México, Paraguay, República Dominicana), encabezando un grupo de ex jefes de Estado y colaboradores que, cual misioneros de la democracia, han promovido comicios competitivos. Esfuerzo con el cual he colaborado, incluyendo a Richard Soudriette y al IFES.
El concepto de la posibilidad de una diplomacia decente llevó a Carter a realizar su misión en Corea del Norte negociando con Kim Il Sung un acuerdo que permitiera la inspección internacional de las instalaciones nucleares de esa nación de dinastía comunista, cuando todo parecía indicar que Estados Unidos iba a la confrontación.
Esta semana se divulgó por las redes una fake news anunciando el deceso de Carter, de 99, cuyo centenario llega en octubre. Un presidente honorable que reivindica a América, con aportes tangibles a nuestra democracia.
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