Última parada: Southampton
El crucero de los sueños, cien días dando la vuelta al mundo
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Una chica nos dice que su interés principal es viajar en un crucero, pero que le salga barato. Le digo que recientemente escuché una oferta que le haría sentido: una embarcación que se dirige a dar la vuelta al mundo. Este viaje comienza en Nueva York y toca Tenerife para luego terminar en Southampton. El viaje dura cien días y cuesta 18,000 dólares.
Debo advertirle a esta amiga que el viaje será largo. Como hemos dicho, zarpa en Nueva York, cruza el canal de Panamá, ese mismo que ahora se debate entre las ideas de Trump y las decisiones de Mulino. Es cierto también que se llega al Pacífico mexicano, luego se sube hasta California para dar vuelta y adentrarse en el océano Pacífico hasta llegar a Honolulu. Luego, se llega a Samoa, pasando antes por las islas Mauricio. Se llega entonces a Oceanía, se descansa un rato en Sídney, se sube hasta la deseable Hong Kong para luego adentrarse en el océano Índico y acercarnos a la costa de África, donde llegaremos a Ciudad del Cabo. Días después, se arriba a Dakar con alguna que otra música, y luego se sube hasta Tenerife para terminar el viaje en una amable y moderna Southampton.
Le he dicho que puede transmitirlo a varias personas: si el viaje se hace acompañado de varias amigas, el resultado será efervescente, único, memorable. Se entretendrá cuando el mar sea una extensa planicie oscura y, por la noche, un misterioso juego de azar sobre la superficie de una carpeta verde.
Resulta como el juego de barajas de la computadora: no todos logran ganar. Le he dicho que hay cuentos novelados de cruceros que tuvieron problemas: el de Kate Winslet y el del Poseidón de Paul Gallico —libro que tuvimos en nuestras manos—, con la actuación de Gene Hackman en 1972. Le he dicho también que todos estos viajes tienen un riesgo. Resulta como una apuesta en Wall Street, de las que retrata con fidelidad un analista de Forbes y como hacen actualmente los especialistas de la Bolsa.
Leído en los años ochenta, con el libro de Paul Gallico me pasaba algo interesante: la edición no era tan buena y las páginas se salían. Pienso que así no ocurre con el libro de Richard M. Nixon, aunque tengan páginas similares. Le digo a mi amiga que ese crucero será largo, pero que ella puede hacerlo. Tenemos un amigo común que trabaja en una de estas naves. No solo tendrá fotos de Sídney, sino de Ciudad del Cabo, algo bastante exótico. Le digo que tiene que tener cuidado con quién lo hace, a quién invita a acometer una hazaña que no todos se dan el lujo de tener.
Uno de los pasatiempos favoritos de nuestra amiga es meterse en las páginas donde cautivadoramente se mercadean estos viajes con lujo de detalles: cuántos días durará el viaje, todo lo que está incluido y todo lo que hay que hacer para prepararse a surcar los mares de Jacques-Yves Cousteau y Julio Verne.
Como nos dice, viajar es un enorme placer, y jugar a las cartas es algo aplicable a las horas que pasas en un camarote sin tener conciencia de por dónde vas. Habrá que ir al capitán para decirle que confías en él, aunque las películas digan lo contrario.