El feminismo en la encrucijada
El antifeminismo crece entre jóvenes y mujeres en el poder
No es buen tiempo para las mujeres. La ola de ultraderecha que recorre el mundo apunta a la diana de sus derechos. En el poder o pugnando por ganarlo, los partidos ultra vociferan enfurecidos contra las conquistas alcanzadas desde que en los años sesenta del pasado siglo las mujeres salieran a las calles a construir la igualdad.
Los ataques son frontales y se apoyan en un discurso que exacerba la misogina en el imaginario social. Hace caso omiso de la evidencia e instala la falacia. Para los ultras, el poder masculino que subordina a las mujeres es un invento destinado a desestructurar el orden tradicional. No hay violencia de género, ni desigualdad en todos los planos de la vida privada y social. Los derechos sexuales y reproductivos son la trampa con la que la llamada "ideología de género" pretende cazar las leyes inmutables de la dividad y la naturaleza.
Ideas y formulación discursiva que no implican solo a hombres añosos reticentes a los tiempos. Encuestas aplicadas en diversos países exponen cómo crecen en número los jóvenes favorables a desconocer los derechos de las mujeres. Participan mayoritariamente en los partidos de derecha y ultraderecha, pero también en formaciones autoproclamadas progresistas.
Pero no hay que engañarse. Contra estos derechos también conspira abiertamente un porcentaje considerable de mujeres. En Europa, lideresas ultra como Giorgia Meloni, en Italia; Marine Le Pen, en Francia; Isabel Díaz Ayuso, en España, y Alice Weidel, en Alemania, despliegan diferentes estrategias antifeministas, pero convergen en un mismo fin: la defensa de valores tradicionales que chocan con el avance social de las mujeres. Y ganan respaldo para ellas y sus partidos.
En nuestro país, sin que la retórica antifeminista llegue a extremos (posiblemente por pobreza intelectual), mujeres en posición de poder lo utilizan para negar derechos o tratar de volatizar los pocos, en buena parte formales, que han logrado abrirse paso en una cultura de machos alfa. Las discusiones sobre las tres causales son testigos de cargo contra casi la totalidad de las legisladoras.
Si en el caso de los hombres la aversión antifeminista puede explicarse, entre otras cosas, por la pérdida de poder que fragiliza la masculinidad, en el de las mujeres es un poco más complejo y abundante en mediaciones. Ser mujer no inclina de manera espontánea por opciones disruptivas del modelo patriarcal. Admitirlo reta la inteligencia política del feminismo y obliga a replantear algunos presupuestos cuya eficacia social ha perdido fuelle.
El posicionamiento social y la interpretación que estas mujeres hacen de los problemas colectivos, comprometen su apoyo con enfoques antiderechos en su sentido más amplio. En el país no es extraño que adversarias mediáticas de los derechos sexuales y reproductivos, verbigracia, sean visceralmente antihaitianas (no contrarias a la inmigración irregular, que es otra cosa) y portavoces de un capitalismo salvaje.
Hoy habrá flores y felicitaciones de quienes se han apropiado de la fecha para banalizarla. Ojalá el feminismo criollo abandonara el denuncismo y las cifras y reflexionara sobre lo que está pasando en el mundo en busca de respuesta.