Ajenitud y criticidad en Leonardo Padura
La obra de Leonardo Padura es una voz crítica de una Cuba en decadencia
De como Cuba ha producido tan buena literatura a través de los tiempos, es tema consabido que sigue sorprendiéndonos. La antorcha se va pasando de una época a la que sigue y siempre aparece el que la porta y lleva en alto para continuar una "costumbre" casi legendaria, que no sucumbe. Y creo no exagerar. No hay que volver a mencionar nombres y títulos porque los que hemos seguido esa cubanía literaria desde tiempos remotos, y perdonen el atrevimiento, sabemos de quienes hablamos y a cuáles obras nos referimos.
En las últimas décadas han ido surgiendo nuevos nombres, muchos de ellos en la sobresaliente diáspora literaria, establecida fundamentalmente en España, aunque hay autores importantes entre los que escriben y viven en Cuba pero que al vivir en el estrecho círculo insular, como a nosotros los dominicanos, niega la posibilidad de que tan buenos escritores puedan expandir su proyección a través de los circuitos editoriales. Nombres como los de Abilio Estévez, Mayra Montero, Amir Valle, Wendy Guerra, Ronaldo Menéndez, Karla Suárez, Alberto Garrido, entre los ausentes de la isla, y Pedro Juan Gutiérrez, Ángel Santiesteban, Arturo Arango, Anna Lidia Vega Serova, Ena Lucía Portela y Francisco López Sacha, este último fallecido en La Habana el mes pasado, forman parte de ese gran grupo de narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos, que mantienen viva la gran tradición literaria cubana. Es una lástima que las ediciones cubanas, como las de Puerto Rico, esas alas de un mismo pájaro, no lleguen a Santo Domingo, lo que dificulta poder valorar en toda su amplitud la literatura producida en la isla martiana. Alberto Garrido, para poner un solo ejemplo, viviendo desde hace varios años en Santo Domingo, es cuentista, poeta, novelista, y ha sido laureado dentro y fuera de Cuba en estos tres géneros. El cubano tiene un ADN literario que circula por sus venas y eso es siempre motivo de admiración.
Uno, entre todos ellos, ha llegado muy lejos con su obra literaria, con el respaldo de miles de seguidores en gran parte del mundo: Leonardo Padura. Lo conozco desde sus primeros libros. Tuve el privilegio de presentar aquí, en la primera feria del libro que me tocó dirigir, 1997, "Los rostros de la salsa" -reeditado recientemente- en el auditorio Juan Francisco García del Conservatorio Nacional de Música, acompañado por el inolvidable amigo Yaqui Núñez del Risco. Y luego presenté en Casa de Teatro, 2002, "La novela de mi vida", basada en José María Heredia, el auténtico poeta nacional de Cuba, hijo de dominicanos, y quien residiera durante su niñez en Puerto Plata. Mucho antes del binomio Martí-Gómez, que vinculó a la dominicanidad en el proceso histórico más importante de Cuba como fue el de su independencia, fue José María Heredia, dominicano de padre y madre (Heredia-Mieses y Campusano-Polanco), el portaestandarte de la "familiaridad" entre nuestras dos islas, no sólo por los lazos antillanos de que hablaba Hostos, sino por hechos concretos como los de vínculos familiares comunes, entre ambas.
Padura es de Mantilla, un sector habanero que pareciera como si no fuera parte de La Habana misma porque, como anota el autor, en su casa "a cualquier desplazamiento desde Mantilla hacia los centros comerciales, institucionales e históricos de la ciudad se le decía ´ir a La Habana´". Sus libros están siempre firmados en Mantilla, donde aún reside, en un viaje siempre de ida y vuelta entre su barrio y Barcelona. Su nuevo libro es un amplio ensayo memorioso sobre su trajinar habanero, acompañado de un mosaico de citas textuales de sus catorce novelas como telón de fondo de sus reflexiones. Padura realiza un examen de su ciudad, las tres Habana que él reconfigura bajo el prisma del tiempo, el gran escultor al decir de Marguerite Yourcenar: "la brillante y turbia que vi en mi niñez en los albores de la década de 1960 hasta la desvencijada y empobrecida de este primer cuarto del siglo XXI, pasando por la pretendida ciudad socialista que sirvió de bisagra entre una y otra imagen física". Es la visión de la ciudad desde su fisonomía hasta el comportamiento de sus habitantes, que ha modificado su ritmo, sus aspiraciones y su trajín en la misma medida como ha sucedido con su ambiente físico. El proceso de decadencia "y el dilatado tránsito hacia la deconstrucción" que ha sufrido la capital cubana hasta crear en el autor la sensación de "ajenitud", ese doloroso trámite que alteró no solo su paisaje sino también el ánimo de su gente, y lo peor, el futuro luminoso que les fue prometido.
La Habana de Hemingway en El Floridita, la de Nat King Cole en El Tropicana, la que recorrían Ava Gardner, Marlon Brando y Errol Flynn, pero también Meyer Lansky y la Cosa Nostra; La Habana de grandes salas de espectáculos, de residencias ajardinadas, de lujo y boato; La Habana elegante que para 1913 vio rodar por sus calles más automóviles que Madrid y Barcelona juntas; esa Habana y otras más dieron paso luego a La Habana socialista, proceso en que el espacio se fue transformando con la distribución de las viviendas que dejaron abandonadas los que migraron temprano, y esta última fue dejando llegar, desde la crisis de los noventa sobre todo, a La Habana actual con su decadencia urbanística y espiritual. Esa Habana es descrita por Padura con detalles puntillosos de la deconstrucción de la urbe, su estructura política, su engranaje social, sus contravenciones y dislates, su proceso histórico y su entrada en el nuevo siglo "con rejas, cristales rotos, muletas de apuntalamiento, paredes descorchadas y furnias callejeras".
El lector de la obra de Padura sabrá reconocer el punzante hilo de su criticidad en todas y cada una de sus novelas. La muestra son los botones múltiples de las citas que acompañan este ensayo, que permiten comprender por qué el ganador del Princesa de Asturias se convirtió en el día primero del año 1996 en el primer escritor independiente de Cuba. En "Ir a La Habana" su viento crítico se agiganta, mucho más que en "Personas decentes", su libro anterior. Con el béisbol y la literatura omnipresentes en toda su vitalidad personal, conviven la migración ("la erosionante diáspora cubana"), el ejercicio del periodismo, el periodo especial, la crisis que devastó a la sociedad cubana en los noventa, la pérdida de valores tradicionales, el deterioro de los principios de la urbanidad, las resquebrajadas leyes de la convivencia, las mutaciones de las personas, los comportamientos sociales agresivos y mezquinos, las tribus urbanas, todos los vicios que afectan a Cuba, desmenuzados por Padura con amplia visión crítica, con humor, ironía y sin atajos.
Toda la obra literaria de Padura nace o desemboca en La Habana. Es la literatura más habanera que conozco después de la de Guillermo Cabrera Infante. Es la opción -y la obsesión- por una ciudad, donde todo cuanto ocurre en ella no le es ajeno. Incluyendo, el reguetón. Abel Prieto, entonces ministro de Cultura, en una cena que me ofreciera en La Habana en 2005, me dijo: "Oye, chico, y qué es eso del reguetón que nos han enviado desde Santo Domingo". Le respondí que no era nuestro, que a nosotros nos había llegado de Puerto Rico y le advertí que se preparara porque ese ritmo iba a "prender" en la juventud cubana como lo había hecho con la dominicana. Y así sucedió. Padura recuerda: "Al panorama urbano le llega en esos primeros años de siglo un fenómeno que pronto será de la mayor importancia sociocultural y que se convertiría en su banda sonora, porque era parte de su carácter y expresión de todas las incertidumbres pasadas y presentes". Era el reguetón que, poco a poco, fue ganando terreno en Cuba hasta llegar a desplazar del gusto colectivo a la salsa o timba cubana.
Para Padura, como Publio Terencio en su obra teatral "El enemigo de sí mismo", nada habanero le es ajeno, aunque La Habana actual le produzca una sensación de "ajenitud", el suceso de la cotidianidad y de la ruina y de la pérdida de horizonte que aqueja a la Cuba de hoy tambaleándose entre sus entrañas y en su conciencia como algo extraño a su vida y vivencias. "La ciudad en la que entro como adolescente es, pues, un sitio que se ha oscurecido, despoblado, empobrecido, transformado, deformado". Si toda la obra de Padura es crítica, saetazos y astucias de Mario Conde incluido, "Ir a La Habana" es la que puso ya la distancia que faltaba. Nada explica mejor la realidad de Cuba, y de La Habana en específico, que este libro destellante de Leonardo. Una ciudad y un país al que pertenece y del que nunca ha pretendido irse, porque "aquí está mi lengua, este idioma habanero en el que hablo y escribo...Y lo haré hasta que me expulsen por lo que pienso y escribo o yo mismo me dé por vencido...estoy convencido de que vaya a donde vaya, la Habana, la mía, se irá conmigo".
- IR A LA HABANA
Leonardo Padura, Tusquets, 2024; 324 págs. Tiene dos partes. En la segunda se recogen sus textos periodísticos, 30 y 40 años después. "La noche triste de Chano Pozo" es mi favorito. El libro está ilustrado con fotografías de Carlos T. Cairo.
- PERSONAS DECENTES
Leonardo Padura, Tusquets, 2022; 442 págs. La Habana de 2016. La isla patas arriba con la visita de Obama, el concierto de los Rolling Stones y el desfile de Chanel. En el ínterin, Mario Conde sale al ruedo para resolver dos crímenes extraños.
- COMO POLVO EN EL VIENTO
Leonardo Padura, Tusquets, 2020; 669 págs. Vibrante novela sobre la dispersión cubana por el mundo. A los amigos, el tiempo los ha transformado, los afectos se han evaporado, sus vidas son ya polvo en el viento. Estremecedora.
- AGUA POR TODAS PARTES
Leonardo Padura, Tusquets, 2019; 361 págs. Vivir y escribir en Cuba. El mejor escritor contemporáneo de Cuba en una antología de sus textos para conocer su vida y su literatura, selección realizada por su esposa, Lucía López Coll.
- EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS
Leonardo Padura, Tusquets, 2009; 573 págs. La gran novela que lanzó al ruedo de los grandes de la literatura actual a Padura, hace ya 16 años. Historia que atrapa, convertida desde entonces, en la mejor explicación del asesinato de Trotski por Ramón Mercader.