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Una embajada que brilla por lo brillante: crónica de grandes pequeñeces

La Embajada Dominicana en Washington, encabezada por Sonia Guzmán, acaba de rendir cuentas de sus cuatro años al frente de la misión, y lo que allí se presenta no tiene desperdicio: un inventario de eventos, participaciones, cortes de cintas, lanzamientos de bolas y recepciones con canapés que pone a prueba el sentido común y, sobre todo, la paciencia del lector.

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Una embajada que brilla por lo brillante: crónica de grandes pequeñeces
La Embajada de RD en Washington, encabezada por Sonia Guzmán (al centro), rindió cuentas de sus cuatro años al frente de la misión.

Hay gestiones que se explican solas. O que, por lo contrario, requieren un informe de más de treinta páginas para que el lector pueda encontrar, entre tanta actividad, alguna sustancia diplomática.

La Embajada Dominicana en Washington, encabezada por Sonia Guzmán, acaba de rendir cuentas de sus cuatro años al frente de la misión, y lo que allí se presenta no tiene desperdicio: un inventario de eventos, participaciones, cortes de cintas, lanzamientos de bolas y recepciones con canapés que pone a prueba el sentido común y, sobre todo, la paciencia del lector.

Lo que salta a la vista no es la ausencia de gestión, sino la abrumadora abundancia de anécdotas. Se firmaron acuerdos, sí. Uno con la NASA (no se ría) que permitirá, según se anuncia, que la República Dominicana forme parte del programa Artemis de exploración espacial.

¿Qué papel jugará nuestro país en esa misión? No lo sabemos. Pero estamos ahí, como el perejil.

En la parte comercial, se destaca la inversión de una empresa que convertirá basura en gasoil en Valverde. Y luego, entre líneas, se nos informa que la embajada participó en ferias inmobiliarias, inauguraciones de sucursales bancarias y reuniones con ejecutivos de Amazon.

Es decir, se estuvo donde había que estar: cerca del café y del networking.

Pero donde realmente brilló la gestión fue en su vocación por lo simbólico, lo fotogénico, lo instagramable. Se organizó el Mangú Challenge, donde seis restaurantes compitieron para ver quién lograba el mangú más grande del mundo.

Se ganó un premio al mejor cóctel en una gala de chefs de embajadas. Se fundó un club de lectura.

Y no cualquier club: uno con estante propio, colocado en un pasillo, que hoy ostenta el título de "Centro literario del Potomac".

La embajada también se convirtió en pasarela: hubo desfiles de diseñadores dominicanos, exhibiciones de chacabanas, y hasta el histórico "Primer Desfile de Chacabanas en Washington". Una gestión con vocación de boutique y alma de alfombra roja.

Ahora bien, si hubiera que escoger un símbolo de esta administración, ese sería sin duda el acto de lanzar la primera bola. La embajadora lo hizo en varias ocasiones. Junto a vicepresidentas, primeras damas, peloteros y miembros de la comunidad. Porque nada comunica poder blando como tirar una bola en el primer inning.

Nunca antes se había entendido con tanta claridad el vínculo entre la diplomacia y el montículo.

También hubo visitas a organismos internacionales, asistencia consular, impresión de pasaportes y trámites de visas. Es decir, se hizo lo básico, pero eso no fue lo que se quiso destacar. Lo central fue la participación. La presencia. La omnipresencia. Si había un desfile, allí estaba la embajadora.

Si se servía mamajuana, allí estaba la copa. Si se organizaba una feria de cine, allí estaba la butaca reservada. Una diplomacia del evento, del corte de cinta, de la crónica social con logo institucional.

Para cerrar con broche de oro, la sede fue remozada. Nuevos equipos, nuevo cableado, pintura, mobiliario. Una embajada funcional, moderna, lista para seguir siendo sede de cócteles, lanzamientos culturales, y (quién sabe) el próximo campeonato diplomático de dominó.

Que esta haya sido la primera mujer en representar a la República Dominicana ante los Estados Unidos debió marcar un punto de inflexión. Era una oportunidad histórica para abrir puertas, desafiar estereotipos y demostrar que el liderazgo femenino no es adorno ceremonial, sino potencia transformadora.

Para  romper moldes, hombre o mujer, se necesita inteligencia y empeño. Más fácil decantarse por la comodidad del protocolo y la estética del evento. Lo que pudo ser una voz con peso en la política exterior, se diluyó entre desfiles, ferias y recepciones.

La próxima embajadora, que será también una mujer, debería asumir el reto con otro temple. Que no confunda visibilidad con incidencia ni diplomacia con pasarela. Representar al país en Washington no es posar para la foto: es sostener el nombre de la República con firmeza, pensamiento y visión de Estado.

La gestión de Sonia Guzmán no pasará a la historia por redefinir la diplomacia dominicana en Washington, pero sin duda deja una enseñanza: en tiempos de redes, lo importante no es lo que se logra, sino lo que se proyecta. Y en eso, hay que reconocerlo, la embajada brilló por lo brillante.


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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.