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Hechos alternativos

Verdad líquida en tiempos de confusión moral

Cuesta sobrevivir emocionalmente a estos días oscuros. Días en los que los valores que nos configuran como miembros de una comunidad se asoman peligrosamente al despeñadero. Los «hechos alternativos», término utilizado por Kellyanne Conway, asesora del primer gobierno trumpista, campan hoy por sus fueros. La realidad pierde peso frente a relatos construidos para distorsionarla.

La evidente perversidad del juego no anula su eficacia. En la mesa de póker de la opinión publicitada, se juega con cartas marcadas. La apuesta, cada vez más alta, es la apelación a sentimientos y emociones que sustituyan lo verificable. En ese clima pensado y diseñado en gabinetes, hay terceros de relevancia utilitaria. Si en lugar de en una mesa de apuestas esos «hechos alternativos» se dieran en el escenario de una película de Hitchcock, a los espectadores no les pasaría desapercibido quiénes son los «MacGuffins».

Charles Simic escribió un libro, El monstruo ama su laberinto, que reúne  aforismos, poemas, literatura, reflexión y memoria. Su edición data de 2015, es decir, es anterior a la acuñación del término «hechos alternativos», pero muchas de sus páginas lo prefiguran. No son verdades apodícticas, pero sí una provocación a nuestras complicidades. Nos colocan desnudos ante el espejo para que nos veamos tal cual somos. Desde luego, siempre tendremos la opción de cerrar los ojos.

Una de estas opiniones podría servir de antídoto a las narrativas que buscan hacer pasar gato por libre: «Entre la verdad de lo oído y la verdad de lo visto, prefiero la silenciosa verdad de lo visto». Mas esta elección exige un equipaje del que no todo el mundo dispone en una sociedad para la que todo es líquido, incluida la responsabilidad moral

Adela Cortina, filósofa, dice en su libro Ética de la razón cordial que los asuntos morales no llevan aparejadas sanciones legales ni su fuerza vinculante emana del pacto social porque nacen del convencimiento de la persona de que algo la obliga moralmente. 

No la parafrasearé. La dejaré que hable: «Sin duda, “obligación” es prácticamente sinónimo de “deber” en todas las lenguas. Pero, si se piensa un poco, tiene una importante peculiaridad, y es que lo debido descansa en el reconocimiento de un vínculo, de una ligatio, de la que se sigue una ob-ligatio, y entonces la obligación puede ser o bien un deber, es decir, la respuesta a una exigencia, o bien el regalo que hace quien se sabe y siente ligado a otro. Sin ese reconocimiento del vínculo, el deber o el regalo carecen de sentido».

Empero, hay quienes por tener en juego otros intereses, se desentienden no solo del vínculo con el otro, sino también, me atrevo a apostillar, de la verdad en su sentido lato. Quizá en lo inmediato consideren la afectación de la verdad que provocan un mero daño colateral. Pero es también posible que muchos de ellos y ellas tengan que enfrentarse un buen día a la pregunta que Simic deja en sus páginas:

«Y en cuanto a ti, abuela, ¿qué has hecho con la verdad? La que sostenías hace tiempo junto al fregadero de la cocina, como una gota de agua en la palma de tu mano».

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.