Las mujeres del 30 de mayo (y II)
Las víctimas del 30 de mayo y el silencio de los verdugos

En la cárcel de El 9, catorce mujeres y otros familiares fueron aherrojadas en una pequeña celda en la que apenas había espacio para seis u ocho personas. Allí fueron torturadas sicológicamente y sometidas a constantes interrogatorios con el propósito de obtener información para documentar la investigación oficial sobre la muerte de Trujillo.
En la cárcel privada de Ramfis Trujillo, que eso era la de El 9, las damas tuvieron que soportar la humillación de ver a muchos de sus esposos y parientes completamente desnudos, esposados con las manos detrás de la espalda, y visiblemente desfigurados por las torturas. Durante ese cautiverio, Ramfis y Radhamés Trujillo personalmente dirigían las sesiones de torturas, al tiempo que sus lugartenientes proferían amenazas y vituperios contra las indefensas mujeres.
A menudo ellas escuchaban los gritos enloquecedores de los presos a causa de las torturas infligidas. Previo a cada sesión de torturas, los caliés tocaban un timbre sobremanera estridente y desesperante que alteraba el estado anímico de las mujeres, pues sabían que se trataba del preludio de nuevos tormentos para sus compañeros. En una ocasión, Guarina de Imbert, al escuchar el ruidoso timbre, se desplomó en la celda, llorando e implorando: "¡No puedo oírlo! ¡Por Dios, que ya dejen de tocarlo!"
Una vez Chana Díaz fue conducida de madrugada al sótano de la cárcel de El 9 y sus interrogadores insistían en que les revelara dónde se escondía su esposo, cosa que desconocía. Leda Montaño, quien era casi inválida, tras su detención fue arrojada "en un carro celular de los que llama[ban] perreras, tirándola en un calabozo lleno de agua sucia en el sótano del Palacio de la Policía" y de allí la condujeron a La 40 y después al 9. Pero a pesar del impedimento físico, Leda "afrontó todo con valor y serenidad". América Pereyra, tía de Amado García Guerrero, fue cruelmente torturada y prácticamente "dejada por muerta en La Victoria".
El trato cruel dispensado a las mujeres del 30 de mayo cesó durante los días en que una comisión de la OEA llegó a Santo Domingo para investigar si el gobierno de Ramfis-Balaguer respetaba los derechos humanos, pero tan pronto esa delegación abandonó el país se reanudaron y recrudecieron las torturas. La casa donde fueron hacinadas las mujeres fue rodeada con alambres eléctricos para hacerles creer que serían electrocutadas. El desayuno consistía en agua de chocolate con un pedacito de pan flotando, servido en una cacerola sucia; el almuerzo era una sopa aguada de harina de maíz con sal y dos malaguetas, también servida en un envase poco higiénico. La cena era todavía mucho más deprimente: la misma sopa de harina del medio día, pero en agua dulce.
A consecuencia del baño de sangre desatado por la furia de Ramfis y el esbirraje trujillista, Chana Díaz, Aída Perelló, Lindín González, Blanca Alemán, Olga Despradel, Urania Mueses, Aída Michel y Leda Montaño enviudaron y sus hijos quedaron huérfanos. América Pereyra perdió a su sobrino; Marianela Díaz a su padre, a su tío Modesto y a un hermano; y Aída Michel a sus cuñados Ernesto, Mario, Pablo y Bolívar, al igual que a su sobrino Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti).
Curiosamente nada de esto lo recordó Clodoveo Ortiz cuando en 1967 dio su distorsionada versión de algunos hechos a un agente del FBI. ¡Qué frágil es la memoria de los verdugos