Mario Vargas Llosa, el boom que muere
Con la muerte de Vargas Llosa muere el Boom latinoamericano

Yo tenía 9 años cuando Mario Vargas Llosa publicó su primer libro con seis relatos, "Los jefes". El escritor peruano estaba por cumplir 23. Se estrenaba en las lides literarias con el primero de los tantos premios que acumuló en su extensa carrera, el Leopoldo Alas. Digo lides en el más estricto sentido literal. Su escritura apenas mostraba sus puñitos adolescentes, pero iniciaban así sus combates, sus disputas, sus retos. Nadie podía avizorar aun lo que iba a significar aquel comienzo. Espera cuatro años, acabando de cumplir los 27, y presenta "La ciudad y los perros" novela que el año anterior había ganado el entonces prestigioso premio Biblioteca Breve. Yo tenía 13 años y estaba concluyendo mis estudios primarios.
Sin considerarse todavía que se estaba viviendo uno de los más grandes momentos de la historia de la literatura en español, no sólo de Hispanoamérica , sólo tal vez comparable a la Generación del 27 en España, -los gongorinos que trasladaron a la inmortalidad a Lorca, Alberti, Salinas, Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Guillén (el bueno)-, la década prodigiosa, que para las patrias latinas fue, en muchos casos, trágica, serviría de partera del nacimiento de cuatro escritores, que fueron alcanzando rápidamente una dimensión tan extraordinaria que no solo dejaría un vasto discipulado sino que los escritores de las décadas anteriores se sirvieron de ese boom para el relanzamiento de sus obras, agrupadas desde entonces con una sola identidad: literatura latinoamericana.
Vargas Llosa vería publicados en la década del sesenta otros tres grandes libros: "La casa verde" (1966), "Los cachorros" (1967) y "Conversación en la Catedral" (1969). De esos cinco libros en diez años, "La ciudad y los perros" se convertiría en un clásico y en un suceso vital para toda su obra posterior; sus relatos mostrarían las garras del narrador total; y "Conversación en la Catedral" pasó a reconocerse con los años como una de sus grandes obras maestras. Pero, al mismo tiempo, inusitadamente, se congregaban otros tres autores que alcanzarían un relieve sin precio, sobre todo porque lo que ocurrió después benefició a muchos ignorados de los treinta a los cincuenta, y favoreció a talentos en embrión, casi hasta el día de hoy. En ese decenio, Gabriel García Márquez -que había iniciado en 1955 con "La hojarasca"- publica "El coronel no tiene quien le escriba" (1961), "La mala hora" (1962) y "Cien años de soledad" (1967). Las tres primeras las conocerían una legión inmensa de lectores, cuando la cuarta abrió todas las fronteras y la crítica se inclinó reverente para apostillar la novela más célebre de todos los tiempos, después del ingenioso hidalgo creado por Cervantes.
A su vez, Julio Cortázar, que había empujado su carrera mucho antes que los otros tres, en los años cincuenta, con tres libros que, con el tiempo, terminarían siendo la divisa de su gran literatura, (sus relatos "Bestiario", "Final del juego", y "Las armas secretas"), publica en los sesenta "Todos los fuegos el fuego", para entonces estrenarse como novelista con "Los premios", "Rayuela" y "62 modelo para armar", y antes de estas tres, "Historias de cronopios y de famas". Detrás suyo estaba Carlos Fuentes, quien llega en 1958 con "La región más transparente", hasta que explota en los sesenta con cuatro novelas singulares: "Aura" (para mí, su libro más hermoso"), "La muerte de Artemio Cruz", "Cambio de piel" y "Zona sagrada".
Al finalizar esa década inolvidable, cuatro grandes escritores habían dejado cada uno sobre la mesa de los lectores hispanohablantes, y muy pronto de los de otras lenguas, más de una obra maestra, pero de modo fundamental, "Conversación en la Catedral", "Cien años de soledad", "Rayuela" y "La muerte de Artemio Cruz". Los creadores de la nueva literatura latinoamericana, sin estar ajenos a críticas infames y despreciativas; creando al mismo tiempo una obra casi sin límites, constante hasta el final de sus vidas; aupando entre ellos enemistades ideológicas o ayuntando abrazos con trompadas; recibiendo honores a granel y con el reconocimiento casi unánime de los foros literarios del universo, fueron desapareciendo de la faz de la tierra bajo los palios de la gloria más fecunda, extensa y gravitante en todo el discurrir de la literatura en nuestra lengua. Cortázar, el de mayor edad de este grupo y el belga que era argentino pero se nacionalizó francés para no compartir su identidad con la mugre militarista que hundió a la patria de José de San Martín, murió en 1984, a los 70 años de edad, veintiún años después de conocerse "Rayuela". Le siguió el colombiano de Aracataca, que murió en Ciudad de México en 2014, cuando la memoria ya no alcanzaba para recordar más episodios de la vida y de la muerte, a los 87 años. Carlos Fuentes, el mexicano que nació en Panamá, falleció a los 84 años, en 2012. Y Mario Vargas Llosa, el más joven del grupo y el que llegó a la mayor edad entre todos, dejó la vida el pasado 14 de abril, acabando de cumplir 89 años. Es ahora, con la muerte del escritor peruano que muere el boom histórico, un grupo combatiente en la fragua de las letras, donde un cuchillo en la boca es más que un simple símbolo para sobrevivir festejando gloria, brillo y respeto. Cortázar murió acabando de publicar su último poemario "Salvo el crepúsculo", y no sin antes dejar a la planicie editorial un conjunto de obras póstumas. García Márquez todavía estaba publicando el año pasado, diez años después de su muerte, cuando sus hijos dieron a la publicidad "En agosto nos vemos". Carlos Fuentes, apenas dos años antes de morir publicó el ensayo sobre "La gran novela latinoamericana" y el libro de cuentos breves "Carolina Grau", dejando otras dos obras que fueron publicadas después de su muerte. Y Mario Vargas Llosa cerró su ciclo con la novela "Le dedico mi silencio", publicada casi dos años antes de su partida, en 2023, aparte de un cuento de penalti con el que pareció intentar marcar uno de sus últimos goles impúdicos, "Los vientos". Los cuatro fundadores del boom (el resto ocupó sillas en el patio de butacas) murieron con las botas puestas. Sus obras han de sobrevivirles por encima de toda contienda y de todas las andanzas humanas y literarias. Yo era un niño cuando todo esto comenzó. Y a mi edad adulta veo el final y casi ni lo creo.
Lea "Mario Vargas Llosa, sus guerras, su libertad" el próximo viernes.
- LOS JEFES
Mario Vargas Llosa, Barral Editores, 1971, 120 págs. Los seis cuentos con los que el nativo de Arequipa inició su gran carrera literaria. Con prólogo de José María Castellet.
- LA CIUDAD Y LOS PERROS
Mario Vargas Llosa, Seix Barral, 1968, 343 págs. Su primera novela y, tal vez, la más icónica. Tenía 18 años cuando pude leerla por primera vez.
- LA CASA VERDE
Mario Vargas Llosa, Seix Barral, 1996, 381 págs. Piura y la Mangachería sirven de escenario a historias que se entretejen en ese Perú donde nacieron todas las memorias fictivas de Vargas Llosa.
- CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL
Mario Vargas Llosa, Seix Barral, 1983, 669 págs. Una de las obras maestras de Vargas Llosa. Su primera novela política, una pasión que lo desbordó hasta los niveles más altos y a la vez los más profundos.
- LOS CACHORROS
Mario Vargas Llosa, La Fábrica Editorial, 2010, 108 págs. En 1967, Esther Tusquets, entonces en Lumen, publicó la primera edición de este relato de prosa experimental. Esta edición conmemorativa incluye imágenes del gran fotógrafo español Xavier Miserachs. Una joya editorial.