×
Compartir
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

Mario Vargas Llosa, sus guerras, su libertad

Mario Vargas Llosa y la República Dominicana tuvieron una relación muy intensa

Expandir imagen
Mario Vargas Llosa, sus guerras, su libertad
Vargas Llosa en República Dominicana, el inicio de un vínculo literario eterno. (FUENTE EXTERNA)

Mario Vargas Llosa vino por primera vez al país en 1974. Para entonces yo había leído cuatro de sus libros. Comencé con "La casa verde", luego "Los cachorros" y "La ciudad y los perros", gracias a una amiga que estudiaba en Italia y me lo trajo de regalo. Los libros en mi pueblo se pasaban de mano en mano. Nunca he podido recordar quien era el primero que lo ponía a la disposición de la pandilla. Solo intuyo que era uno mucho mayor y, obviamente, lector avezado, y que yo era el último en la fila por ser el más joven. Una semana para la lectura y de ahí a otras manos. Así leíamos entonces. En la aldea no había librerías. Bueno, había dos papelerías, una de un señor apellido Rodríguez y otra la de Salustio Guzmán, que tenían cada una un anaquel con pocos libros. En esta última compré mis primeros libros. Antes de ahí todos eran prestados. Ya en Santo Domingo, donde vine a residir en 1972, pude comprar "Pantaleón y las visitadoras" que se publicó un año después. Desde luego, los libros llegaban con tardanzas. Pasaban algunos años, que hoy no puedo determinar, para que pudiésemos conocer de la existencia de libros de moda, escuchar los comentarios de los mayores y suscribirnos al grupo de los que deseábamos leer esas novedades. En mi pueblo nativo había un personaje llamado "negro novelita" que "alquilaba" libros y mi mamá, ante mi insistencia, acostumbraba a alquilarme uno por semana. Eran libritos de autores sin importancia alguna. Nos interesaban solo las historias, generalmente vaqueradas, espionaje y dramas románticos. Los libros había que devolverlos a Negro en perfecto estado o cualquiera se exponía a una de sus broncas, que no eran nada bonitas.

En el conocimiento del boom, de García Márquez y Vargas Llosa, hay un antecedente notable, que hoy muchos desconocen. Bruno Rosario Candelier estudiaba filología en la Universidad Complutense, en Madrid, y en el verano de 1973 asistió a la presentación de "Pantaleón y las visitadoras". Al final del acto, Bruno se presentó ante Vargas Llosa y le pidió que le concediera una entrevista. El escritor lo citó para el domingo de esa semana en un hotel de la capital española. Allí se realizó la entrevista que Bruno envió a Freddy Gatón Arce quien la publicó íntegramente en el suplemento de El Nacional de Ahora. Al mismo Vargas Llosa le pidió Bruno información sobre cómo entrevistar a García Márquez y Mario le facilitó el teléfono de Carmen Balcells, en Barcelona, para que coordinara con ella. Después de comunicarse con la apoderada de los dos escritores, dos o tres días después le llamó personalmente el Gabo y le pidió viajar a Barcelona y que lo esperase en el restaurante París de la capital catalana a las cinco de la tarde de un sábado. Esa entrevista también la publicó Gatón Arce en El Nacional, tomando todo el cuerpo del suplemento. Ambas produjeron un gran impacto en la sociedad literaria dominicana de aquella época.

Vargas Llosa vino a Santo Domingo para la filmación, precisamente, de "Pantalón y las visitadoras", un horrible filme que dirigió el español José María Gutiérrez, con Mario de codirector. Creo que filmaron fundamentalmente en La Romana. La película fue un fracaso tan grande que no sólo se dejó de exhibir en el mundo, sino que Mario incluso sacó ese episodio de su biografía. En 1999, se exhibió otra versión de la misma novela, dirigida esta vez por el peruano Francisco Lombardi, que llegué a ver en premier en un cine de Madrid y me pareció bastante buena.

Mario cumplió entonces otras tres misiones en el país, en ese 1974. Una de ellas, la realización de un documental encomendado por la televisión francesa, que vino a exhibirse aquí por primera vez un año antes de la pandemia, en Funglode, por diligencias de Marianne de Tolentino. Es un formidable trabajo sobre las vicisitudes del país, el régimen de Balaguer, los presos políticos, la situación de la clase media y los más pobres en distintas comarcas, con pormenores de la Era de Trujillo en la introducción. La otra misión, digámoslo de ese modo, fue sostener un conversatorio en la recién fundada Casa de Teatro, que fue muy polémica porque Mario ya había iniciado su camino de regreso de la revolución cubana y la izquierda le fustigó mucho en ese encuentro. Aquello estuvo repleto. Yo estaba en la última fila, de pie, escuchando por primera vez a un autor de tanta relevancia. Rememorando en estos días con Freddy Ginebra aquel encuentro, estamos de acuerdo ambos en que, a pesar de la embestida ideológica a la que fue sometido Mario, el peruano salió airoso.

La tercera misión de Mario, no estuvo planificada. Como parte de la producción del documental tuvo que conversar con mucha gente y conocer aspectos de la vida dominicana y, en especial, de los años de la dictadura. Fue en ese recorrido por el país donde nació su interés de escribir una novela sobre la Era de Trujillo, proyecto que logró cumplir 26 años después. En una entrevista que dio a Frank Báez para la revista "Global", Vargas Llosa refirió que Mario Tolentino Dipp le relató durante un almuerzo como vio a Trujillo salir de la casa de uno de sus ministros a las dos de la madrugada. Cuando le contó a su padre que él había visto al Generalísimo, don Vicente Tolentino Rojas, colaborador del régimen, aterrorizado, le increpó al hijo que él nunca había visto al Jefe, que ese no era él, que eso era mentira y le obligó a callar. Esa y otras fuentes sirvieron de base a su popular novela. El respaldo de José Israel Cuello, que le enviaba cajas de libros sobre la dictadura, fue relevante en la construcción de esta obra que Vargas Llosa dedicaría a José y a su esposa Lourdes. Comenzaba entonces el vínculo entrañable de Mario con la República Dominicana. Pasó varios meses, entre ida y vuelta, en el hotel Jaragua escribiendo "La fiesta del chivo". Llegué a verle varias veces, incluso espiándolo sin que él se diese cuenta, mientras caminaba a solas desde el Jaragua hasta El Vesubio, donde acostumbraba a almorzar. Luego, regresaba por la misma ruta hacia el hotel. Lo descubrí en una ocasión, estando de fin de semana en mi pueblo, saliendo de la iglesia Corazón de Jesús. Le seguí en mi auto a prudente distancia. Lo vi entonces entrar a la casa que fuese de Antonio de la Maza. Alguien me contó que en el colegio Santo Domingo, en su investigación, preguntaba hasta por el tipo de flores que crecían en los jardines para la época de la dictadura.

Siete lustros después de aquel primer encuentro en Casa de Teatro y diez años más tarde de la publicación de "La Fiesta del Chivo", Mario recibió el Premio Nobel de Literatura, en cuyo discurso en Estocolmo se refirió en dos ocasiones a nuestro país. También lo haría varias veces en sus artículos semanales en el diario El País, donde siempre defendía la democracia dominicana.

En 2011, prácticamente semanas después de recibir la máxima presea de las letras universales en diciembre de 2010, en Suecia, Mario volvió a Santo Domingo donde recibió el primer homenaje que país alguno, incluyendo el suyo, le hiciese por el alto galardón. El presidente Leonel Fernández le ofreció una recepción en Palacio y le otorgó la Orden Heráldica de Cristóbal Colón en su más alto grado, Gran Cruz Placa de Plata. Lejos estaría yo, en aquella noche de finales de 1974, cuando entre entusiasmado y escéptico escuchaba en la naciente Casa de Teatro al que sería uno de mis dioses mayores en la literatura, que me tocaría presentar a tres voces su novela "La fiesta del chivo" en el hotel Jaragua, iniciando el siglo XXI, junto a Bernardo Vega y Andrés L. Mateo, y que en el acto en el Palacio Nacional me tocaría pronunciar el discurso de orden. Recuerdo al presidente Fernández preguntarme al oído, con su habitual sencillez, que él también quería "decir algo" en el acto, que si eso estaba bien. No solo está bien, sino que sería una forma de engrandecer este homenaje, le respondí. La suya fue una cátedra sobre toda la obra de Vargas Llosa que, como me lo dijera el propio Nobel, lo había dejado asombrado. Unos años antes, cuando Mario visitó nuestra primera feria internacional del libro, en 1998, lo llevé a ver al presidente Fernández y allí fue donde este le dijo a Vargas Llosa que el libro que más le había impresionado a él era "Historia de Mayta", momento al que se refirió hace pocos días en un artículo de homenaje al gran escritor peruano recientemente fallecido.

En su larga carrera de 64 años de vida literaria, Mario Vargas Llosa peleó todas las guerras, sin importar consecuencias. Odiado y aclamado, como sucede siempre con todos los grandes de la historia, hizo de político, de polemista, de discrepante en las ideas, de crítico desapacible de formas de gobierno y de intolerante ante actitudes que iban en contra de sus principios. Erró muchas veces en ese camino enmarañado, pero acertó en muchas más. Su propio quehacer literario lo internó en sendas abiertas, lo mismo el hecho histórico o el rito de la sexualidad más fogosa; las cuitas amorosas que se insertaban en la propia vida familiar o las aventuras del foquismo guevarista; el relato de dictaduras sin frenos o las cuasibiografías de personajes que llamaron su atención. Se fue a Irak en plena guerra a ver lo que ocurría en esa sociedad y relataba la suntuosa abundancia de Botero; contó en detalles los clamores y sinsabores de su pasión política y censuró los parámetros de la sociedad del espectáculo, en la que, casi al final de su vida, cayó entre sus redes.

Vargas Llosa fue, con toda probabilidad, el escritor más profesional que hemos conocido y cuya vida estuvo dedicada exclusivamente, por poco más de seis decenios a la literatura. Plantó cara a las ruindades de los apóstatas. Tomó partida por causas justas y hasta por las injustas. Instruía sobre los desafíos de la libertad. Y se mantuvo como pez en el agua cuando pensó que podría ser presidente de Perú, ignorando que le venía mejor pertrecharse de ideas y ficciones que lo llevaban directo a la santificación que el Nobel otorga a sus recipiendarios. Pero, sobre todo, fue un hombre libre. No ató su literatura, sus ideas y sus retos a ninguna conveniencia personal o de logias. Fue auténticamente libre. Políticamente incorrecto cuando era el caso. Preciso, tajante y veraz cuando sus juicios eran plausibles y su prosa nos emocionaba. Peleó todas las guerras y salió airoso, como aquella noche en la casa de Freddy. Fue libre hasta para cumplir excesos de último minuto y aún más, para decir adiós desde aquellos lugares donde alguna vez fue feliz, justo cuando todos reconocían que iba en la ruta de la losa fría. No hay ahora mismo como él. Así, tan sencillamente.

TEMAS -

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.