¿Volvemos a rasgarnos las vestiduras?
Haití en llamas, el crudo diagnóstico de su ministro de Defensa ante la OEA
Ante un foro organizado por la OEA, Jean-Michel Moïse, ministro de Defensa de Haití, expuso la pasada semana sobre la gravedad de la crisis que asuela a su país. Su franqueza debió sorprender. Espacios como este organismo no están acostumbrado sino a la fraseología hueca. Ignoro si habrá ocurrido, pero la intervención del funcionario haitiano merecía un aplauso de pie.
Habló sin melindres patrioteros –tan de moda en este lado de la isla– del terror impuesto por las bandas criminales a la población haitiana y de la paralización de lo poco que funciona (si es que algo lo hace) en el gobierno y en el aparato productivo. Habló de violaciones sexuales, secuestros y matanzas. No disfrazó el impacto de esta crisis en «el Caribe, América del Sur y, por supuesto, América del Norte», hacia donde se desplaza una ingente y desesperada migración irregular.
Pero también dijo algo que algunos aquí han convertido en acusación: que las armas automáticas y semiautomáticas utilizadas por las bandas «provienen principalmente de Estados Unidos, y son introducidas de contrabando en el país a través de contenedores y de la frontera con la República Dominicana». La conjunción debería bastar por sí misma.
Lo siento por quienes, en su afán de echar leña al fuego del rentable antihaitianismo, se rasgan las vestiduras y enrostran a Haití lo mucho que hemos hecho para aligerar su desgracia: de haber consultado los periódicos se enterarían de que las propias autoridades dominicanas han informado sobre este tráfico de armas. Veamos solo tres botones recientes de la muestra:
El 8 de marzo de 2021, el entonces ministro de Defensa Carlos Luciano Díaz Morfa se reunió con una delegación de la policía haitiana, encabezada por el teniente general León Charles, y acordaron «... coordinar medidas apropiadas para enfrentar la migración irregular, el tráfico y la trata de personas, el flujo de armas, el narcotráfico, y demás hechos ilícitos», a través de la frontera. No se enfrenta lo que no existe, se supone.
En noviembre de 2024, el Ministerio Público sometió a la justicia a una red de oficiales y miembros de la Policía, a quienes acusó de sustraer 900,000 proyectiles, parte los cuales fue vendida «a través de un contacto en el vecino país de Haití». La ONU felicitó al país por la operación.
El 4 de marzo de este año, Aduanas publicó la información del decomiso de un arsenal «procedente de Miami, Florida, con destino final a la República de Haití». Interior y Policía admitió que el imputado por el tráfico era uno de sus inspectores.
Paro de contar por carestía de espacio. Pero sí, la frontera es porosa, como se repite desde tiempos inmemoriales. A través de sus poros se trafica no solo con seres humanos, sino también con armas y drogas. Internet, esa hemeroteca infinita, está ahí para quien quiera consultarla sin ánimo de pedirle cuentas a Haití por su «desagradecimiento».
Hacernos cargo del problema, en lugar de sentirnos ofendidos, es un asunto de seguridad nacional. Quienes desde suelo dominicano facilitan armas a los pandilleros haitianos carecen de todo prurito. Peso a morisqueta que no dudarían de imitarlos porque, para ellos, la patria es el dinero.