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Que muera la inteligencia

Cuando el activismo palestino desató la cruzada antiwoke

En medio de la batalla cultural que se libra en occidente, algunas de las más prestigiosas universidades estadounidenses se convirtieron en centros de difusión de esas ideas llamadas "progresistas", y buena parte de su masa estudiantil y docente asumieron un activismo militante en la promoción y defensa de algunos de los desvaríos más absurdos que sostiene el wokismo, aplicando la cultura de la cancelación a quien pensara diferente.

Las manifestaciones del pasado verano en los campus universitarios en protesta por la guerra en Gaza, donde estudiantes vandalizaron y asaltaron edificios y acosaron a estudiantes de origen israelí o que profesaban la religión judía, causaron enorme rechazo en la sociedad estadounidenses y provocaron investigaciones congresuales y renuncias de directivos de algunos de esos centros de altos estudio. Y sin dudas jugaron un papel en el rechazo al fundamentalismo woke que impulsó el retorno de Trump a la Casa Blanca.

Pero como sucede constantemente en esta administración, el abordaje de un problema que ciertamente existe, resulta tan defectuoso en el fondo como en las formas. Y es que el republicano le declaró la guerra a esas universidades, a quienes amenaza con retirar fondos, beneficios impositivos y autorizaciones para el ingreso de estudiantes extranjeros si no acatan sus líneas en políticas de discriminación positiva y sancionan prácticas que consideran antisemitas.

Algunas vienen cediendo, pero Harvard pretende resistir y de momento tiene suspendidos fondos por miles de millones de dólares, la mayoría de los cuales estaban destinados a investigaciones, lo que podría retrasar por décadas avances científicos en áreas como la medicina y estudios para combatir y prevenir enfermedades como el cáncer o la diabetes. 

Una ofensiva que también alcanza el prestigioso programa de becas Fulbright, cuya junta de supervisión renunció en pleno aduciendo injerencias del gobierno federal. Un organismos apartidista que durante décadas constituyó unas de las herramientas más estructuradas y efectivas del llamado poder blando de la diplomacia estadounidense.

Estos absurdos enfrentamientos con la academia nada suman a los Estados Unidos, y por el contrario constituyen otro peldaño en la escalada de desprestigio y derroche de influencia política, económica y cultural en la que se ha embarcado ese país desde el regreso de Donald Trump a la presidencia.

Y evocan un episodio que se produjo en los albores de la Guerra Civil Española en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando en medio de un discurso crítico a las hostilidades su rector Miguel de Unamuno fue interrumpido por el general José Millán-Astray con el grito de "muera la inteligencia y que viva la muerte", lo que vociferó repetidamente para algarabía del auditorio.

Porque si bien Trump y su gabinete tal vez no son comparables con el retorcido y mutilado fundador de la Legión Española, si aplica a esta presidencia y sus políticas la respuesta que ofreció a la afrenta Unamuno cuando dijo: "Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho."

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