La felicidad también cansa
En una época que nos exige estar bien todo el tiempo, reconocer que no podemos con todo también es un acto de valentía

Vivimos en la era de las expectativas imposibles. Nos dicen que podemos con todo, que solo necesitamos disciplina, actitud y balance para alcanzar la felicidad. Pero nadie nos advierte del desgaste que implica sostener esa versión ideal de lo que deberíamos ser.
A quienes estamos entre los veinte y los cuarenta, nos repiten que el balance es la clave: estudia, trabaja, haz ejercicio, come saludable, ten un hobby, sal con tus amigos, encuentra pareja, pero también ámate a ti misma, no dependas de nadie.
Suena a fórmula de vida perfecta. Pero muchas veces, por más que cumplas cada punto de la lista, algo dentro sigue sintiéndose vacío.
La presión por tenerlo todo bajo control nos está agobiando. La sociedad moderna nos exige ser productivos, saludables, estables y felices, todo al mismo tiempo. Cuidado si subes de peso, pero cuidado también si adelgazas demasiado.
Sé disciplinada, pero fluye. Trabaja duro, pero no te olvides de vivir. Si estás triste, sal, actívate... pero también llora, valida tu dolor. ¿En qué quedamos?
Es un caos emocional. Y no estamos solos en esto. Según la Organización Mundial de la Salud, los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron en un 25 % a nivel mundial tras la pandemia del COVID-19. Algo se rompió. Desde entonces, no ha sido fácil reencontrarnos ni con el mundo ni con nosotros mismos.
Y quizá todo esto no venga solo de las redes sociales o los influencers de turno. También vivimos en un sistema que premia la hiperproductividad, donde incluso el descanso debe justificarse.
Nos hemos acostumbrado a medir el valor de nuestras vidas por logros visibles: títulos, viajes, relaciones, metas cumplidas. Y cuando no hay resultados, aparece la culpa, como si no hacer suficiente fuera sinónimo de fracaso.
Esto se agrava aún más en nuestros entornos, donde hablar de salud mental todavía es un tabú. En sociedades como la nuestra, donde tantas veces se nos dice "tú lo que tienes es que orar" o "hay gente que está peor que tú, sé agradecida", se nos enseña desde pequeños a minimizar lo que sentimos.
A ocultar la tristeza para no parecer débiles. A sonreír aunque estemos por dentro completamente rotos.
Todos libramos batallas internas. Da igual si acabas de empezar un nuevo trabajo o si renunciaste sin tener claro el siguiente paso; si estás conociendo a alguien o atrapada en la rutina de una relación sin emoción; si acabas de mudarte, terminar la universidad, ser madre, o si sientes que "la guagua" se te va en algún área de tu vida.
La diferencia está en cómo lo vivimos: algunos reprimen lo que sienten; otros se dejan arrastrar por sus emociones. Y en ese vaivén, terminamos cuestionando todo, incluso el sentido de nuestra existencia.
Quizás la felicidad no sea una meta que se alcanza, sino un instante breve que se respira. Un momento en el que, por unos segundos, el ruido se apaga y simplemente somos. En ese silencio interno es donde, a veces, se esconde la paz.
Un amigo me dijo una vez: "Esto también pasará". Y trato de recordarlo cada vez que la tristeza se me sube al pecho. Lo malo pasa. Lo bueno también. Por eso hay que aprender a soltar sin miedo y a disfrutar sin culpa.
Hoy, mientras la incertidumbre me abraza la cabeza, solo tengo claro esto: cuestionar el pasado no tiene sentido, y angustiarme por el futuro no me lleva a ningún lugar. Estoy justo donde debo estar.
¿Y tú, estás siendo feliz, o solo estás intentando parecerlo?