Un país de amigos
Cómo los lazos personales sabotean el periodismo

No sé qué pensar cuando escucho a un comunicador en radio y televisión advertir, antes de referirse a alguien, que es su amigo y adornarlo con toda clase de adjetivos y elogios.
Contrario al sentido común, consideran que hablar de su relación personal, de que son compadres y pasan tiempo juntos atribuye credibilidad a su comentario.
El periodismo tiene una cualidad innegable que condiciona en gran medida su desempeño y esta es que casi todos sus profesionales proceden de una clase económica baja.
Tal vez por eso, las figuras que logran superarse y posicionarse en un medio de comunicación entienden que ser amigos de personas importantes los importantiza a ellos, y esto les produce una satisfacción emocional que los embriaga.
Pero no son solo ellos.
Este es un país en el que todos somos amigos y los dueños del poder político y económico forman una comunidad de afecto y fraternidad.
El policía es amigo del delincuente, el preso de su carcelero, el regulador del regulado, el cobrador del deudor, el funcionario del empresario y el periodista de su fuente.
Ahí se encuentra parte de la explicación sobre por qué no funcionan las políticas de seguridad ciudadana, por qué los presos tienen celulares y wifi y muchos otros porqués.
En el caso particular de los periodistas, los gobiernos han sabido utilizar la amistad como estrategia para neutralizar a los profesionales de la comunicación.
Como periodistas no nos informan de nada, pero como amigos nos comparten informaciones que no podemos publicar. Así calman nuestras ansias, nos hacen sentir privilegiados y nos dejan desarmados para trabajar.
Nos vamos con las árganas vacías, pero el corazón lleno de la felicidad de una supuesta amistad. Y digo supuesta porque estoy seguro de que con la función también se disolvería la relación.
La amistad es un bonito vínculo entre humanos, pero también un obstáculo para el desarrollo de los países latinoamericanos donde no se comprende.
La amistad y la enemistad son cosa privada que no debe trascender a la función pública ni al ejercicio profesional.
Todo parte de nuestra incapacidad para diferenciar la persona de su función y para comprender la transformación que debe producir el uniforme. Nos falta entender que una cosa es el amigo y otra cosa es el funcionario, policía y el periodista, por citar algunos.
Ver que el rol y sus reglas son sagrados y que obliga a la persona a actuar en consecuencia, sin que ello signifique una traición a la amistad.
No se trata de convertirnos en enemigos, sino en poner cada cosa en su lugar.
En nuestra sociedad se entiende como un deber el ayudar a los amigos cuando se asume una función pública y muchos se preguntarían ¿para qué sirve ser funcionario si no se ayuda a la familia?
Contradictoriamente, nos duele cuando alguien se salta la fila y nos hacen esperar más para favorecer a un amigo o al amigo de un amigo.
Aspiro a que lleguemos a un nivel de desarrollo cultural en el que los dominicanos entendamos que la institución y sus reglas son más importantes que el individuo.
Podríamos lograr el progreso económico aplicando trabajo y recursos materiales, pero ¿cómo conseguiremos llevar nuestras mentes a un estado superior de desarrollo?