A cuatro patas: deseo, disidencia y el cuerpo como texto
Sexo, moteles y menopausia, la revolución incómoda de Miranda July

Una mujer de 45 años detiene un viaje sin destino claro y decide quedarse en un motel anodino del medio oeste estadounidense. Allí, lejos del ruido que ha moldeado su carrera como artista visual, inicia una relación sexual con un joven desconocido, más como deriva existencial que como aventura amorosa. Esa es la escena que da inicio a A cuatro patas, la novela más reciente de Miranda July, y también el umbral de un viaje tan íntimo como incómodo, que ha dividido lectores, generado incomodidad crítica y abierto una hondonada necesaria en la narrativa contemporánea sobre el cuerpo y la edad.
Traducida del inglés All Fours por Luis Murillo Fort y publicada por Random House en español, la novela ha sido descrita como "la primera gran novela de la perimenopausia". Pero esa etiqueta, aunque legítima, resulta insuficiente. July ha escrito una obra de desobediencia estética, una novela sobre el deseo femenino en la madurez que no busca redención, ni gloria, ni castigo: solo relato. No hay metáforas que disimulen, tampoco nostalgias hormonales que embellezcan. Hay menstruación, masturbación, vergüenza, carne, silencio, placer. Protagonista es un cuerpo que todavía desea, y, armado de osadía, muta en texto.
Una novela que disloca
En un contexto literario donde la autoexposición a menudo es valorada como audacia, Miranda July trasciende la moda para entregar una obra que dice lo que molesta, sin pretensiones balsámicas. A cuatro patas es una novela incómoda y no por su tono erótico. De hecho, rara vez resulta sensual en sentido clásico, pero desarma lo que la narrativa normativa ha domesticado: la imagen de la mujer madura como figura asexuada o espiritualmente resuelta. Su protagonista no tiene nombre, pero su deseo sí; es físico, contradictorio, animal, sin pedagogía ni epifanías.
Lo que para algunos lectores ha sido una experiencia transformadora —hay quienes afirman que el libro les dio permiso para reconfigurar sus vidas, terminar relaciones, tomar decisiones que postergaban desde hacía años—, para otros ha sido una prueba de paciencia. No es extraño: A cuatro patas desafía el mandato de la empatía y el de la ejemplaridad. La protagonista no quiere ser un modelo de nada. Es simplemente una mujer atravesada por el deseo y el cansancio. Por eso algunos críticos la llaman egoísta, neurótica o "privilegiada". Lo es, claro. Y no lo oculta.
El legado de Jong y la incomodidad contemporánea
La comparación con Miedo a volar (Fear of Flying), de Erica Jong, es inevitable. Publicada en 1973, aquella novela escandalizó a medio mundo con su ya célebre "sexo sin equipaje" (zipless fuck), su tono confesional y su protagonista, Isadora Wing, que huía de su matrimonio para buscar el deseo sin culpa. Jong escribió en medio de la segunda ola feminista, cuando aún era revolucionario que una mujer hablara de su placer sin pudores.
Miranda July, en cambio, escribe desde el ruido posterior. Parte de una cultura saturada de discursos, donde el feminismo se debate entre la banalización mediática y la profundidad crítica. Lo hace sin alardes, desde una trinchera íntima que puede ser el motel, la cama, el espejo, el cuerpo que ya no encaja en la estética hegemónica.
Jong buscaba emanciparse del mandato romántico. La narradora de July parece querer emanciparse de todo. Del arte, de la maternidad, del éxito, incluso de la narrativa misma. Jong hablaba desde la euforia de la revolución, y July escribe desde el desencanto lúcido de quien sabe que la libertad no siempre es luminosa.
Escritura como desobediencia corporal
Lo más perturbador de A cuatro patas no es su contenido sexual —aunque es explícito y a menudo desconcertante—, sino su propuesta estética. July apuesta por una narración que se arrastra, que se detiene, que cambia de tono como el cuerpo con la edad. No hay una progresión lineal ni una búsqueda de resolución. Hay pausas, repeticiones, giros caprichosos. Da la impresión de que el libro está escrito con el cuerpo, no con la mente.
En este sentido, la autora convierte la escritura en performance. Escribe con un ritmo que incomoda, que desorienta, que exige al lector renunciar a la gratificación rápida. Ese gesto, profundamente político, obliga a preguntarse: ¿qué esperamos de una novela escrita por una mujer madura? ¿Qué nos molesta más: que hable de sexo o que no se justifique por ello?
Cuerpos que todavía dicen
En una cultura que insiste en asociar la belleza al silencio y la menopausia a la desaparición, A cuatro patas plantea una herejía al alargarle la palabra al cuerpo femenino. Con sangre, con deseo, con miedo, con culpa. Cuando ese cuerpo se convierte en lenguaje, en relato, el escándalo se reactiva. Si este libro demuestra algo, es que el deseo femenino —y más aún el deseo femenino maduro— sigue siendo radical, transgresor, y, para muchos, intolerable.
No es casual que las novelas más leídas sobre mujeres mayores en las últimas décadas hayan sido sobre redención espiritual, maternidad tardía o resiliencia emocional. July rompe esa tradición con una protagonista que no quiere redimirse, ni enseñar, ni curarse. Quiere simplemente desaparecer de todo lo que se espera de ella. En ese gesto, profundamente existencial, se revela una de las dimensiones más radicales de la novela.
Una grieta necesaria
A cuatro patas dista de una novela amable. No lo pretende. Tampoco es una novela perfecta. Pero sí es necesaria. No por sus escándalos ni por su rareza, sino porque permite escapar a una experiencia silenciada hipócritamente. Después de los cuarenta, las mujeres también desean. No tienen por qué temer a una fealdad inducida y sacrificar su derecho al placer. Aún con miedo, se atreven a narrar su cuerpo.
En un mercado editorial saturado de autoficciones autoconscientes y relatos terapéuticos, el gesto de July es otra cosa. Es una literatura sísmica, de fisura, de grieta. Su propósito se aparta de la búsqueda de respuestas o del cierre de heridas. Simplemente se empeña en abrir la posibilidad de narrar el deseo sin pedir perdón ni otorgar concesiones a la mojigatería.
Quizá por eso A cuatro patas duele. Porque no es una novela sobre mujeres que se descubren, sino sobre las que ya se conocen demasiado. Y, aun así, eligen seguir buscándose.