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No perder de vista al titiritero

La Antigua Orden Dominicana y el teatro del extremismo nacionalista

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No perder de vista al titiritero
Democracia bajo asedio: la Antigua Orden Dominicana (AOD) como brazo táctico de intereses mayores. (FUENTE EXTERNA)

No hace falta mucha perspicacia para saber que la llamada Antigua Orden Dominicana es un grupúsculo sin entidad propia. De ahí que parezca una necedad ocuparse de sus actividades y manifestaciones que, como la del pasado miércoles, han sido siempre anémicas.

¿Por qué, entonces, persistir en referirnos a ella en lugar de ignorarla? Por la sencilla razón de que constituye un grupo de choque de sectores que, en su doble estrategia, han elegido mantenerse en el plano de las declaraciones «civilizadas», sin pisar la calle para unirse a los vociferantes que, eso sí, les permiten hacer de un grano de arena una montaña. Hablar de «pueblo», donde solo hay uniformados a destajo. La hipérbole como recurso de legitimación.

En la calle, el grupúsculo cumple una función intimidatoria. En más de una ocasión, sus integrantes han recurrido a la violencia física o a la amenaza de ejercerla. Es lo único que tienen como medio. Pero eso basta a quienes, mientras mueven sus hilos, buscan crear un clima de confrontación propicio a sus reales intereses.

Que la AOD opera como espantajo se entrevé, por ejemplo, en las diferencias entre el lenguaje de su «líder» cuando, entre el ruido de redoblantes y cornetas, se dirige a los participantes en sus actividades, y el utilizado en el manifiesto, ¿constitutivo?, publicado en el sitio web, para hablar de la corrupción del sistema político tradicional y su entrega traidora al globalismo. La diferencia es notable; expone la despareja capacidad de sus respectivos emisores.  No digo que sea ilegítimo, pero sí taimado.

Es esta otra cara del neonacionalismo criollo la que debe importar en primer lugar. Los integrantes de la AOD no cuentan con habilidades políticas para constituirse por sí solos en una amenaza para la endeble democracia dominicana; sus frases de cajón, repetidas sin pausa, terminan saturando. Pero sí son útiles para crear el clima de opinión que beneficia a los actores sociales que los promueven tras bastidores.  Hacen el trabajo sucio.

A las posiciones tremendistas de la AOD sobre el problema migratorio subyace un propósito que no alcanza siquiera a proponer de manera coherente: invalidar el sistema democrático promoviendo la sospecha sobre los partidos, la clase política y el orden económico, una elaboración conceptual propia de las élites.  Esta visión antipolítica y antisistémica deja suspendida la opción de salidas autoritarias, de «mano dura», para responder no solo la «amenaza» territorial, cultural y étnica representada por la migración haitiana, sino también la «ineficiencia» del modelo económico y social.

La incitación al odio es solo un componente de la estrategia. El más visible y rentable porque apela sin ambages a las emociones y a un miedo fácil de despertar en estos tiempos de posverdades. Una maniobra de manual internacional, por demás.

La estrategia debe ser vista en su integralidad. Poner el ojo en los ataques implícitos, y a veces no tanto, a un modelo social, político y económico que quieren ver implosionar, no solo en las consignas consabidas. Porque quizá no lo logren en el corto o mediano plazo, pero ganarán terreno en la medida en que solo miremos los árboles y perdamos de vista el bosque.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.