La industria de la difamación
El negocio del escándalo, cómo lucran los difamadores en redes sociales
Desde hace un tiempo ciertos individuos utilizan medios de comunicación y redes sociales para ganar notoriedad con denuncias tremendistas y altisonantes. Es un negocio. Calificar de corrupto o ladrón a un funcionario o político e insultar con términos soeces a cualquier figura pública, les permite sobresalir y hacerse virales y fuentes de comentarios en aplicaciones de mensajería y reuniones sociales.
Lo que convierten en fuente de ingreso, pues lo monetizan en las plataformas digitales. Mientras más escandalosos, estridentes y tremendistas son sus comentarios o supuestas denuncias y revelaciones, más personas los visualizan y les ofrecen esos "me gusta" que suenan como moneda en alcancía.
Otro filón es la extorsión. Algunos de esos "comunicadores" producen denuncias escandalosas en procura de afectar el buen nombre de particulares o negocios que mantengan con el sector público o el privado, para luego solicitar a los afectados cantidades importantes de dinero a cambio de su futuro silencio.
Prácticas que degradan profundamente el ejercicio de la comunicación social y reducen el nivel del debate político y social. Lo convierten todo en un estercolero donde la mayoría, incluyendo los afectados, prefieren ignorar en lugar de enfrascarse en un enfrentamiento con cerdos dentro de sus porquerizas.
Pero "tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe", reza un refrán. Y a estos que se creyeron sin límites, desafiantes ante la autoridad y viviendo impunemente de la extorsión, el engaño y la mentira; su arrogancia les traicionó y chocaron de frente con la dignidad de algunos perjudicados por sus mentiras y la determinación de un sistema judicial de no permitir más burlas.
Ahora que los tribunales los citan un día sí y el otro también y sus abogados andan de arriba para abajo tratando de defender lo indefendible, actúan atribulados ante la prensa cuando no exaltados y desafiantes. Teniendo que dar la cara a acusadores determinados a no ceder a chantajes ni amenazas, incapaces de probar sus falacias, se disculpan, se justifican, lloran, desfallecen, enferman, borran publicaciones y cierran cuentas de redes. Y ya en grado demencial reinciden lanzando nuevas mentiras y desafiando jueces y abogados, o en el súmmum del cinismo y la charlatanería se proclaman "presos políticos".
Como todo abusador es cobarde, aquellos bravucones que atropellaban dignidades creyéndose inalcanzables por la ley, revelan ahora su pávida naturaleza y son incapaces de defenderse con un mínimo de vergüenza. Sus disquisiciones y lamentos superan lo ridículo. Con un beneficio adicional, las demandas y consecuentes persecuciones penales contra estos calumniadores sirvieron para amansar a otros miembros de esa gavilla infame, que están tranquilitos.
Y que ese puñado de víctimas valientes saliera al frente de tanta podredumbre en medios y redes, es algo que agradecemos particularmente quienes intentamos ejercer la comunicación social con decoro, respeto y responsabilidad. Ya que somos los más favorecidos de separar la paja del grano, es decir a verdaderos periodistas y comunicadores de aquellos que realmente pertenecen a otra industria, la del chantaje, la extorsión y la difamación.