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Brillaban las estrellas

La violinista que llevó el drama de Puccini a una cena elegante

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Brillaban las estrellas
Cuando la música revela lo que las palabras callan. (CHATGPT)

1. Un reservado, un violín, una despedida

En Madrid, las noches elegantes se deslizan a veces con el sigilo de los reservados en los restaurantes de postín y el rumor discreto de una copa de vino bien sostenida. En el elegante barrio de Almagro —solemne como nunca— se celebraba con cierta discreción una despedida de soltera. Era un grupo pequeño, de risas contenidas, sin alboroto ni estridencias. Pero algo en la escena parecía elevarla por encima de lo previsible: una violinista.

No era fondo musical. Tocaba con la concentración de una sala de cámara, y el rumor de sus notas llegaba vaporoso, como el bouquet de esos caldos de solera que entonan las veladas madrileñas. Se notaba que no era de las que improvisan. Tocaba con el peso justo de quien ha estudiado toda la vida para que el sonido parezca fluir sin esfuerzo. Sonó Nino Rota: el inolvidable tema de amor de El Padrino. Y después, Cinema Paradiso. Ennio Morricone en su cumbre. Música de película, sí, pero también de emoción, de nostalgia, de ternura retroactiva.

2. La romanza del condenado

En otro reservado, separado por una pared discreta, un grupo de latinoamericanos —varios dominicanos entre ellos— nos robábamos su música sin culpa ni castigo. Le enviamos un mensaje para felicitarla y pedir, si era posible, algo para nosotros. Vino sonriente, agradecida, y nos soltó esta perla:

—Estoy tocando para la novia. Me pidió algo especial: E lucevan le stelle.

Hubo un breve silencio. ¿Una novia eligiendo la romanza de un fusilado como despedida? E lucevan le stelle no es alegre ni romántica. Es la última canción de un hombre enamorado que sabe que va a morir. Es Mario Cavaradossi en la cárcel, evocando la noche anterior, el crujido de la puerta, el aroma en la piel, el cuerpo amado. Una belleza que duele porque se despide.

3. Tosca: pasión sin tregua

Aquella elección, esa paradoja, quedó flotando como un globo en mi mente. No era ironía. ¿O sí? ¿Era una verdad emocional dicha en la antesala del lecho conyugal? ¿Un dejo de nostalgia por la libertad que se esfuma, o una nota disonante —dolorosamente lúcida— de relaciones en pretérito?

Tosca nunca ha sido amable. Ni complaciente. Estrenada en 1900 en una Roma crispada, narra en tres actos un mundo donde el poder se impone con violencia y el amor se defiende con desesperación. Tosca, la cantante celosa y apasionada; Cavaradossi, el pintor idealista; Scarpia, el jefe de policía que encarna el deseo como chantaje. Todos se consumen en apenas veinticuatro horas.

4. Morir amando: la voz quebrada de Cavaradossi

Puccini no da tregua. El primer acorde ya es presagio. El clarinete que introduce E lucevan le stelle parece llorar desde las sombras. Las cuerdas desgarran. La voz del tenor se quiebra. Es la música del abismo. La interpretación de Luciano Pavarotti aún parece no haber sido superada: una expresión tan medida y tan rota, tan humana y tan ceremonial, que conmueve incluso al que nunca ha pisado una ópera.

La romanza es célebre por su aparente sencillez. La melodía no quiere imponerse, flota. Pero deja escapar una tristeza contenida que es súplica. "Y nunca amé tanto la vida", canta Cavaradossi, justo antes de morir. Es su aria de amor. De despedida. De rendición.

5. El peso de lo que se escapa

¿Cómo una novia, en la víspera de casarse, elige eso como música para su noche? Me dejo llevar por mis elucubraciones. Tal vez porque intuye —como toda mujer que ama— que el amor verdadero contiene su dosis de renuncia. Que toda promesa lleva en su entraña el germen de lo incierto. Y que hay belleza también en lo que se escapa.

6. Divas, tenores y la eternidad del último acorde

Tosca se ha cantado en todos los grandes escenarios del mundo: La Scala, el Colón, el Met, el Liceu, el Real. Cada generación ha tenido su diva: la furia contenida de Maria Callas, la pureza de Tebaldi, la garra de Radvanovsky, la seducción de Netrebko, a quien aplaudí a morir en el Royal Opera House del londinense Covent Garden. Y cada tenor ha hecho de E lucevan le stelle su propio testamento.  De Caruso a Pavarotti, de Corelli a Kaufmann, todos se han medido contra esa última noche de amor y condena.

La obra ha sido criticada, desde siempre, por su intensidad. Y es precisamente esa falta de filtros lo que la mantiene viva. Tosca no se esconde detrás de metáforas: va directo al corazón. Pasión, tortura, traición, muerte. Y sin embargo, lo que queda flotando en el aire —como una pluma suspendida— es la música. Esa melodía que sabe que es la última. Esa estrella que titila justo antes del alba.

7. Gardel al violín, sin melaza

La noche en el restaurante continuó. Los brindis se repitieron, las conversaciones se mezclaron con el tintineo de los cubiertos, y la violinista —con el arco ágil, firme, delicado— inició nuestra melodía. El día que me quieras, de Gardel y Le Pera, sonó en su violín como si acabara de ser escrito. Tocaba con nostalgia, sin melaza. La escuchamos en silencio, con la concentración que merece lo que no se repetirá. Tras la última nota, se retiró sin ceremonia y casi con prisa.

8. Cruce de caminos, eco de una ópera

Cuando salimos a la calle, la encontramos sola, esperando —nunca sabremos a quién—, vestida de manera distinta, con ropa ligera, propia del calor estival. La saludamos, y se mostró amable, sorprendida. Y entonces, otra paradoja:

—En unos días me voy... a República Dominicana.

La sorpresa fue compartida. Los dominicanos sonreímos. Nos alegró que una intérprete europea, joven, refinada, piense en el Caribe como destino. Y menos aún que, sin saberlo, hubiera servido en la capital española una pieza que conecta con la tradición más intensa del drama operático.

9. Cuando la música presagia

Ninguna escena más. Solo la conciencia de un cruce de caminos. Ella, que había tocado la despedida de una novia —¿enamorada?—, vendría pronto al país de quienes la escuchamos. Una historia mínima. Un eco de Tosca que cruzará el Atlántico, ahora sin fusilamientos, sin celos, sin saltos desde la muralla. O quizá no. Porque hay músicas que viajan por dentro, sin necesidad de escenario. Que se instalan en el cuerpo como advertencia dulce. Como presagio.

Aquella noche en Madrid, brillaban las estrellas.

Una violinista, que tocaba para una novia, sin saberlo interpretaba también la extraña partitura de las coincidencias.

Despedida

Con la discreción de los sabios y la constancia de los verdaderos servidores de la cultura, José Rafael Lantigua llenó esta página de Diario Libre con sus inolvidables Raciones de Letras. Su voz, templada por la lectura y el pensamiento, fue un faro para quienes creen en la palabra como puente entre el presente y la tradición. Poeta, ensayista, gestor cultural, académico y crítico generoso, Lantigua deja una estela de hondura reflexiva y compromiso con nuestras letras.En tiempos de ruido, su prosa fue siempre un espacio de claridad; en medio de la inmediatez, sus textos ofrecieron perspectiva. Su legado no se borra con su partida dolorosa. Queda resonando en quienes lo leyeron con respeto, en las generaciones que acompañó y en la cultura dominicana que ayudó a consolidar como vocación y destino.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.