Construyendo la identidad nacional
Cómo los fundadores construyeron la nación tras la independencia
La nación, lo mismo que la identidad nacional, son constructos sociales. Diversos especialistas coinciden con Otto Bauer (1907) en el sentido de que una nación está conformada por un conjunto de personas que comparten un mismo territorio histórico, al tiempo que representan una comunidad étnica y cultural cohesionada. Cuando sus miembros adquieren conciencia de los elementos afines que los unen, desarrollan un sentimiento de lealtad hacia su tierra natal o patria, a la cual defienden y -si es necesario- hasta ofrendan sus vidas por ella.
En el momento en que los individuos de una comunidad de destino manifiestan su voluntad de ser libres y rechazan el dominio extranjero, adoptan como unidad política el Estado-nación, que puede ser monárquico, confederado o republicano, modalidad que surgió en el hemisferio occidental a raíz de las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XVIII.
Una vez la nación se organiza políticamente, el colectivo procede a construir su identidad nacional, cuyas características primordiales son: "un territorio histórico o patria; recuerdos históricos y mitos colectivos; una cultura de masas pública y común para todos; derechos y deberes legales iguales para todos los miembros, y una economía unificada que permite la movilidad territorial de los miembros" (Anthony Smith, 1991).
El 27 de febrero de 1844, como se sabe, nuestros antepasados rompieron las cadenas que los mantenían involuntariamente sometidos a Haití y proclamaron un Estado nación independiente que adoptó el nombre de REPÚBLICA DOMINICANA. Comenzó entonces el proceso de construcción de la identidad nacional; pero, para lograr este propósito, fue menester que el nuevo Estado completara determinadas tareas históricas imprescindibles, como asegurar el espacio geográfico vital del país; velar por la integridad de su soberanía política, particularmente frente al Estado vecino; proteger a sus ciudadanos garantizando las libertades públicas y la igualdad social ante la ley. Asimismo, propiciar condiciones favorables para garantizar acceso al trabajo y a la salud; y, más importante aún, crear el ejército para defender el territorio, así como un sistema educativo funcional que formara adecuadamente a la juventud para conocer su historia, compartir mitos, tradiciones y valores culturales comunes.
En gran parte, esa colosal tarea fue obra de los fundadores de la República, sobre todo de aquellos actores que, de 1844 en adelante y en medio de un real estado de guerra con Haití, asumieron la firme responsabilidad de organizar y dirigir la nación, así como protegerla del constante peligro de dominación por parte de potencias extranjeras.
La educación, el ejército y la prensa, instituciones vitales para viabilizar cualquier proyecto nacional, comenzaron a desarrollarse en Santo Domingo solo después de la guerra restauradora, de manera que fue durante el período de la Segunda República (1865-1916) cuando, efectivamente, culminó el proceso de construcción de la nación o de lo que Benedict Anderson llamó una comunidad imaginada.
Dicen que en 1861, tras la unificación de Italia, Massimo Taparelli, marqués de Azeglio, en la primera sesión del parlamento, pronunció esta curiosa frase de inspiración jacobina: "¡Hemos hecho Italia, ahora debemos hacer a los italianos!"
De modo análogo debieron pensar los prohombres de 1844 cuando, ya creada la República Dominicana, comprendieron que en el horizonte inmediato se vislumbraba otro reto histórico similar o de mayor envergadura porque ahora tenían que hacer a los dominicanos, es decir: ¡tenían que construir la identidad nacional! Y hacia la cristalización de esa meta dedicaron todas sus energías y potencialidades.