¿Nuevas metas?
Las metas de inflación de las grandes economías pudieran revisarse al alza en un futuro cercano
En 2012 la Reserva Federal de Estados Unidos estableció una meta de inflación de 2.0 % buscando dar un referente claro a los agentes económicos. A esto precedía el contexto de la Gran Moderación, que mostró una inflación general promedio de 3.0 % (1982-2011), luego de los exabruptos de los choques petroleros y políticos de los años setenta que resultaron en inflaciones de hasta dos dígitos.
Se cree, sin embargo, que internamente esta meta fue efectiva desde 1996 cuando Greenspan novedosamente aplicara por anticipado un alza en la tasa de fondos federales ante una inflación aún no materializada.
Aunque Greenspan prefería sorprender a los mercados, solicitó a dos presidentes de Reservas Federales, Broaddus y Yellen, a argumentar a favor y en contra de una meta de inflación explícita. El debate resultó en una multiplicidad de posiciones, entre ellas un rango meta de 2.0 % - 3.0 %. Por esto la medida no se oficializó hasta la administración de Bernanke años después.
Luego de instaurada la meta, la inflación continuó siendo baja (1.6 %) reflejando el estancamiento de la pandemia. El rebote post-pandemia resultó en una inflación del 5.0 % por lo que la inflación desde el anuncio de los aranceles en abril a la fecha (2.6 %) no luce extraordinario, aunque si lleva una trayectoria al alza, particularmente en los rubros de viviendas, alimentos y electricidad a pesar de la caída en la gasolina. Se cree que los efectos del traspaso de los aranceles aún no se han materializado en los precios de las importaciones, o han sido absorbidos por intermediarios para proteger sus mercados.
Retornando a la idea de la meta, en 84 meses distintos la economía estadounidense ha presentado inflaciones sobre la meta, o 51 % de las veces.
Por su lado, el Banco Central Europeo (BCE) quien se manejaba desde su creación con una meta de inflación ´inferior pero cercana al 2 %´ la adoptó entendiendo que permitiría un ajuste gradual de los desbalances macroeconómicos entre países de la zona euro, evitando que países individuales cayeran en deflación; protegería de crear rigideces a la baja en los salarios nominales que propiciarían el desempleo, y conservaría un margen positivo para la medición de la inflación que puede presentar errores de medición.
El establecimiento de una meta positiva permite también conservar la efectividad de la política monetaria cuyo límite inferior de tasa de interés es cero. Por eso, se consideran igualmente perjudiciales desviaciones de la meta en cualquier sentido.
En 2021 el BCE decidió formalizar una meta de 2.0 %. Esta revisión al alza resultó de la necesidad de enfrentar los cambios estructurales de las últimas dos décadas. El ECB estimaba que la tasa real de equilibrio, que balancea las fuerzas inflacionarias y deflacionarias, había caído de tres por ciento a cero incluso antes de la pandemia.
Pero ya en 2023 la directora del BCE, Mme. Lagarde, trató la idea de un cambio en la meta, aunque solo después de que se lograra cumplirla y estabilizarla, hecho que no reflejan las expectativas actuales.
Analistas observan que, aunque los bancos centrales han logrado cierta estabilidad de precios, los cambios económicos y geopolíticos (oferta energética), y las recientes modificaciones al esquema comercial mundial más factores estructurales internos en los mercados laborales (inmigración, envejecimiento), la escasez de viviendas, las restricciones en la oferta alimentaria y otros obligarán eventualmente a repensar la meta, probablemente al alza. Mientras, el presupuesto de RD para 2026 plantea un aumento moderado de la inflación a 4.0 %, nuestra meta.