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¿Soñar no cuesta nada?

La polémica exclusión de la Cumbre de las Américas en República Dominicana

Pensaba escribir sobre el indisputable éxito del presidente Abinader en lograr el apoyo a Haití del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y su compromiso con la formación de una fuerza militar contra las pandillas que asuelan a nuestro desventurado vecino.

Pero otro anuncio trascendente, esta vez de la Cancillería, cambió mi propósito: la República Dominicana, país anfitrión, excluye de la X Cumbre de las Américas a Venezuela, Cuba y Nicaragua con una justificación para tontos. Porque de tontos sería creer que solo la guía el deseo de que el evento fulgure.

Alega Cancillería que los excluidos no pertenecen a la OEA. Es cierto, aunque en el caso de Venezuela, que formalizó su retirada en el 2019, presenciamos aún el sainete montado por Luis Almagro:  ignorando la voluntad del gobierno chavista, la non sancta organización declinó la salida e instaló como representante a un paniaguado del entonces «presidente interino» Juan Guaidó, protegido de Trump. Hoy, sin embajador, la membresía está en el limbo.

El autoritarismo de estos tres gobiernos, que chirría en los oídos de la democracia, fue el pretexto del presidente Martín Vizcarra –destituido por el Congreso por «incapacidad moral permanente»– para no invitarlos cuando Perú acogió la VIII Cumbre, y por Joe Biden, anfitrión de la novena.

¿Asegurar un amplio diálogo político? Internet, infinita hemeroteca, nos recuerda que a la Cumbre en Los Ángeles, en protesta por el descarte de los réprobos, no asistieron México, Honduras, Bolivia y Guatemala. ¿Quién quita que se produzcan otras ausencias que menoscaben la amplitud del buscado diálogo?

Concedamos que el Gobierno tiene razones estratégicas para actuar como lo hace. Pero no somos cretinos; estas son ajenas al aseguramiento de un democrático y sosegado intercambio entre pares sobre problemas comunes. Porque con Trump, si es que asiste, o con su íncubo Marcos Rubio o con su clon JD Vance, la horizontalidad del diálogo es imposible.

Con Trump hemos vuelto a la rooseveltiana política del Gran Garrote que legitimó la fuerza para defender los intereses estadounidenses. El trumpismo no quiere dialogar con América Latina, quiere que rinda pleitesía a su jefe a riesgo de ser descalabrada. 

Como destaca Cristóbal Sabatini en un lúcido ensayo sobre Venezuela publicado en el NYT, Trump ha desplegado «buques anfibios, barcos equipados con sistemas de misiles guiados y un submarino de propulsión nuclear en la región. Ha enviado 10 aviones de combate F-35 a Puerto Rico...».

Ha puesto precio a la cabeza de Maduro, declaró a Cuba país terrorista y amenazó con expulsar a Nicaragua del CAFTA antes del próximo diciembre. Impuso a Brasil aranceles del 50 % en represalia por la condena al golpista Bolsonaro; quiere «recuperar» el canal de Panamá y retiró la visa a Petro por dirigirse a una manifestación pro Palestina frente a la ONU.

No hablemos de su anarquía arancelaria que afecta la competitividad de las economías regionales. Tampoco de la supresión de la cooperación internacional (2,300 millones de dólares en 2024 a América Latina), ni de su política migratoria, de cómo está destruyendo las libertades en su propio país, o de su persistente discurso de odio. Paro de contar.

Pero soñar no cuesta nada, dice el refrán. Tampoco cuesta mucho doblar la cerviz.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.